miércoles, 3 de febrero de 2016

Nada. Ése es su destino.

Tengo miedo.
Me miro y sólo veo
a una niña
descalza, frágil, perdida
en Dios sabe dónde.
Es como si la luz se estuviese apagando
y no encontrara el destino que anteriormente
había sido iluminado.
Como si sus ojos se estuviesen cegando.
Como si el miedo la estuviera desorientando.
Y es que así es.
El camino es ahora más oscuro,
y no sabe donde está la izquierda y la derecha,
el Norte y el Sur,
la nada y la luz.

Nada.
Ése es su destino.
¿Cuántas veces habremos hablado
del correcto camino
que tú y yo cruzamos?
Pero yo ya no sé cuál es el camino.
No veo ninguna dirección en el mapa
y he perdido la razón de ver
porque no soy nada
y nada es lo que voy a ser.

Y es que yo ya no miro el camino
porque todas las flechas me indican lo mismo
y, a la vez, la nada
porque todos llegamos a lo mismo.
Porque en vez de andar, corremos,
sin mucho uso de la razón y la conciencia,
y porque, ¿cómo voy a ver la luz
si toda luz me ilumina el mismo destino?
El destino de la nada,
de perder totalmente la luz,
de caer en la oscuridad
como siempre.
Pero, esta vez, también para siempre.

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