miércoles, 30 de marzo de 2016

Deberías saberlo

Deberías saberlo.
Deberías saber que eres perfecta.
Que ondeas banderas de revoluciones
en cada una de las imperfecciones de tu piel
y que tu mirada lasciva
provoca explosiones
en lugares que hasta ahora habían sido desierto.
Que tus ojos
alteran corazones,
y no al revés.
Y que solo la dulzura
que el marrón de ellos muestra,
podría venir de alguien como tú.

Que me susurras al oído
y me tiemblan las piernas.
Que invades de alegría
mis fines de semana
y que tú,
sólo tú,
nadie más que tú,
podría haberme hecho salir de ese enredo
en el que me había metido
para luego acabar enredándome
en tu piel.
Y es que menuda piel.

Que enamoras allá donde vas
con tu sonrisa
y me dan ganas de proclamar
al mundo entero
que es sólo mía,
que soy egoísta,
pero es que te tengo miedo
a ti
y a tus miles de perfecciones
que gustan a toda la gente.

Deberías saberlo.
Que besas como nadie
y que eres una mezcla
de dulzura salvaje
y euforia calmada.
Que nadie me muerde como tú.
Que tu cuerpo hace una línea perfecta
trazando algunas curvas
en las que me pierdo.
Y es que sólo tú me haces perderme.

Deberías saberlo.
Que últimamente lo primero que pienso
es en ti
al despertar
y que me vuelves loco
y que vuelves loco a mi corazón,
a mis sentidos
y a sístole y diástole.
Ya ves,
yo creía que habían cogido la maleta
y se habían marchado
después de las últimas penas.
Pero es que nadie
me ha devuelto tanta felicidad.

Deberías saberlo.
Que todas tus imperfecciones
te hacen perfecta.
Que los días son perfectos
si los pasamos juntos enteros,
y que nada es mejor
que tu caos emocional.,
que el oír
tu voz susurrar
que, si te dieran a elegir,
morirías aquí conmigo
antes que vivir allá sin mí.

Deberías saberlo.
Deberías saber que eres perfecta.
Y que cada una
de las virtudes
que tiene tu cuerpo
y que mantiene tu alma
te hacen perfecta.

Deberías saberlo.

sábado, 26 de marzo de 2016

La Virgen de la Merced

Me ha mirado.
La Virgen de La Merced me ha mirado.
Sus ojos han traspasado mi piel
y he sentido sus lágrimas.
Lágrimas que recorrían sus mejillas
y desembocaban en su boca,
produciéndole quizás un sabor amargo.
Y he saboreado amargamente sus lágrimas.
Lágrimas de verdad.

Tenía la mirada perdida,
pero yo sabía que se dirigía a mí.
Que me estaba hablando a mí.
Ambas sabíamos que San Juan le estaba consolando,
pero ninguna le estaba escuchando.
Porque la Virgen de la Merced me ha hablado.
Y se dirigía a mí.
Sólo a mí.
No le hablaba a sus nazarenos
ni penitentes.
Me hablaba a mí.
Sevilla la estaba mirando
en pleno silencio
entre la oscura noche
ante la atenta mirada de la luna
que, discreta, había aparecido
a lo alto del cielo
coronando a su Virgen de La Merced
con un ápice de destello.
Pero ella me estaba mirando a mí.

Y yo, sintiendo que podía ser escuchada,
sintiendo su mano tendida hacia mí,
la miré
y le hablé
y le pedí.
¡Cuánto le pedí!
Le pedí un poco de justicia,
de comprensión,
de amor,
de libertad
que pudiese cambiar este mundo
que nosotros mismos habíamos creado,
que destruyese la guerra
y crease la paz.
Que ella era la Virgen de la Merced,
que ella lo podía cambiar.

Entonces, fue cuando me contestó.
Cuando sentí que su boca entreabierta
me estaba hablando
entre llantos
desesperados.
En ese momento me di cuenta
que la Virgen no lloraba por otra cosa
que no fuese
por la situación actual.
Por el mundo que habíamos creado.
Que la Virgen lloraba
por todas las injusticias,
las inhumanidades
que estaban sucediendo.
Por todas las penas
que estaban ocurriendo.
Que la Virgen lloraba
porque sentía que todo se había desmoronado,
que este mundo se nos estaba yendo de las manos.
Y claro que se nos estaba yendo de
las manos.

Y me pidió,
me suplicó
que hiciera todo lo posible
por cambiar el mundo.
Y me explicó
que ella no podía hacer nada.
Lloraba.
La Virgen de la Merced lloraba.
Y me lloraba.
Ay, como lloraba.

Y entonces me di cuenta
de que,
bajo ese mantón
brillante,
poderoso,
lleno de grandeza
y fuerza,
se escondía
una mujer
débil,
frágil,
diminuta.
Una mujer
que lloraba amargamente
ante los malos tiempos,
ante la mirada de la luna llena,
ante los ojos de su Sevilla bella.
Una mujer como yo.
Y es que me sentía a mí misma.

Y no.
No era sólo una estatua.
Era una persona.
Fuerte,
pero frágil.
Una persona como cualquier otra.
La Virgen de la Merced era una mujer.
Una mujer luchadora,
pero como cualquier otra
se cansaba.
Se sentía agotada.
Una mujer que lloraba
de impotencia.

Y entonces me di cuenta
que si me había tendido la mano
no era para ayudarme,
era para ser ayudada.
Para que entendiera
que ella era una persona
como cualquier otra.

Me ha mirado.
La Virgen de la Merced me ha mirado.
Sevilla la estaba mirando
y ella estaba llorando.
Y yo estoy llorando.
Y es que me ha mirado.
La Virgen de la Merced me ha mirado.

Moriría por ti

¿Por qué es tan corto el tiempo
cuando estoy contigo?
Y tan breve,
tan intenso,
tan mágico.
¿Por qué debe decirse adiós?
Yo pasaría el resto de mi vida contigo
si me lo propusieras
y dormiría cada noche a tu lado,
sin razones,
sin palabras,
sólo besos,
sólo caricias,
sólo mimos.
Y tú y yo,
que eso ya suma puntos.

Me tiraría de un puente si me lo pidieras,
y escribiría una enciclopedia sólo sobre ti.
Gritaría al mundo entero lo que siento,
y te amaría,
pues claro que te amaría
si ya te amo.
Pintaría retratos de ti al estilo de Picasso
y recitaría los versos de Bécquer pensando en tu piel.
Encontraría tréboles de cinco hojas en tus manos,
porque mi suerte eres tú,
y hallaría el secreto de la caja de pandora en los lunares de tu espalda desnuda.
Te acabarías convirtiendo en insomnio si tus besos no me dejaran dormir.
Callaría sólo por oírte reír.
Haría huelga de hambre si no me dejaran comerte a besos,
y arrancaría los pétalos de las rosas más bonitas
porque nada es más bonito que tú.
Amaría
la revolución que formamos tú y yo
debajo de las sábanas
y revolucionaría(s)
los látidos de mi corazón.

Me mataría por ti
si no te tuviese
porque si no te tengo a ti,
que eres mi vida,
no tengo vida.
Y volvería a vivir
si me lo propusieras
sólo para verte sonreír,
sólo un segundo
frágil
diminuto
como me siento yo cuando estoy contigo.

Y entonces, moriría
poco a poco,
porque el destino de mi vida
era verte feliz
y si lo hallo
ya no hay nada por lo que vivir.

Y entonces llegaste tú

Y entonces llegaste tú,
sacándome de este camino sin salida
en el que me hallaba,
en el que me asfixiaba.

Llegaste tú,
iluminando mi destino
con el brillo de tu sonrisa.
Llegaste de la nada,
sin previo aviso,
sin nota dejada,
sin alarma,
sin nada preparado.
Llegaste en el momento
menos esperado,
pero el más oportuno.

Me hiciste salir de este bucle
en el que me había metido,
y me enseñaste
a mirar el mundo
desde otra perspectiva,
desde tu mirada.

Me hiciste perderme
por otro camino,
pero esta vez
el de los labios,
los besos
y los versos.

Te tiraste al agua
sólo porque yo
me hallaba abajo,
y recorriste el Pacífico
sólo para verme sonreír.
Me rescatastes
después de tantos palos,
y me amaste
y me hiciste amar
como nunca antes había amado.

Me besaste,
haciéndome temblar,
formando terremetos
en mi cuerpo,
haciendo estallar bombas
en mi corazón,
resucitando a sístole y diástole.

Me comprendiste,
me escuchaste,
me hablaste
y me susurraste
que yo era rosa
en un mundo de margaritas.
Y me hiciste sentir así.

Yo estaba encerrada
en un laberinto
sin salida,
asfixiada.
Y entonces
llegaste tú,
iluminado mi camino
con el brillo
de tu sonrisa
y haciéndome
ver lo bonito
que era el mundo
si mi mundo
eras tú.

Quítame la ropa

Quítame la ropa.
Desnúdame.
Hazme sentir
y hazme que me sienta.
Susúrrame.
Cántame.
Hazme temblar.
Abrázame.
Bésame.

Convierte en risa
mis lágrimas
y en gritos,
mis susurros.
Escúchame.
Atiéndeme.
Hazme sentir que soy escuchada,
que tengo voz,
que tengo alma
y que me amas con toda el alma.

Despeiname.
Deja que me suelte el pelo
y que me recorra
los alrededores
de mi fina cara.

Compréndeme.
Dime que me desvista,
sólo por ti.
Llámame pequeña
y hazme sentir grande.

Tócame
como si fuese leve,
diminuta,
frágil,
como si no se oyeran mis pasos
en esta habitación,
pero hazme sentir
que mis pasos son oídos,
que son firmes
y que son seguros.

Haz que mi risa
no sea sorda,
que provoque un ruido ensordecedor
en esta cama.

No quieras perderme.
Hazme que me pierda
entre los pliegues de las sábanas
buscando tus labios.
Hazme encontrarlos.

Búscame
y quiéreme.

Desordéname
la cama,
la habitación,
la vida.

Ámame
como tú me enseñaste a amar.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Estoy llorando. Y no. No debería.

Estoy llorando.
Y no.
No debería.
La vida me sonríe
y las cosas van siempre bien.
Pero es que he empezado a tomar drogas
y a masturbarme en callejones sin salidas
lamiendo hipocresía
en labios ajenos.

Mis drogas son tus labios
y los callejones sin salidas
son los barrios
donde me he introducido
para hallar libertad
en piel ajena.
Y qué ironía.
Estoy presa en ti.

Estoy hallando bocas
donde esnifar la cocaína
ya no produzca tanta energía
como mis días
junto a ti.
Que no hay cosa que más me guste
que revolver las sábanas
entre miradas furtivas
y besos de amor.

He vuelto a arañar
las paredes
mientras exhalo el humo
de tu droga
y gimo
cosas incongruentes
que en realidad
mantienen más coherencia
que la sociedad en la que vivimos.

Y los ricos nos hablaban de igualdad
mientras, a escondidas, se bañaban
con el dinero del pueblo.
Y nos contaban lo que era la democracia,
la revolución.
Revolución es lo que formamos
tú y yo
en la cama.
Eso es revolución.
Y no lo que nos cuentan en la tele
los poderosos,
cuando en realidad
están creando
la Ley Mordaza,
firmando
acciones que perjudiquen al pueblo.
Y nos hablan de libertad.

Estoy llorando.
Y no sólo por eso.
Sino porque estoy buscando
cual drogadicto sin droga
tus ojos
en la oscuridad.
Y dime tú
qué voy a encontrar
si no veo nada,
si me has cegado
como siempre
con el resplandor
de tu mirada.
Dímelo tú.

Me ha entrado el mono
y me estoy volviendo loca.
Me masturbo a diario
y me inyecto droga
en las venas
con tinta negra,
con pluma bella,
con poesía sin cautela.
Y es que mi único tratamiento
son las letras
que no hacen más que repetir
que no he hallado
tu boca
donde introducir la lengua
que, traviesa, juega
entre enredos sin cuerda.

Qué pena de niña.
Eso es lo que quiero que digan.
Para que sepan lo malo
que es el amor
y su droga,
para que vean
lo que es estar presa
entre las clavículas
de alguien que te susurra libertad.

Alguien que te atrapa en un susurro
con dedos de pianista,
ondeando banderas
de revoluciones,
pidiendo
utopías.

Estoy llorando.
Y no.
No debería.

sábado, 19 de marzo de 2016

Mi libertad eres tú

Tus manos de artista creando maravillas en un cuerpo frágil de una niña
ya algo madura.

Tus labios de seda, rozando suavemente mi piel
incitando al sexo
sin querer
(o más bien queriendo).

Tus dedos de pianista tocando el mejor instrumento que posees en la vida.
Que soy yo.

Tus brazos recorriendo mi cintura
haciendo curvas de donde sólo hay llanura.

Tu voz susurrándome "mi vida,
mi amor,
mi corazón,
desnúdate,
mírate
y siéntete
a ti misma
y siente
que eres tú misma".
Y consiguiendo que me sienta como tal.

Tu lengua traviesa divirtiéndose
enlazando bocas,
jugando a morder las cicatrices
para curar las heridas.

Tu pelo rebelde,
suave,
intenso,
que soy incapaz de no acariciar,
al que sujeto con fuerza en un momento de éxtasis vital
(o sexual).

Tus ojos mirándome
haciéndome sentir huracanes
dentro de mí,
formando olas
de dónde sólo había desierto
y produciéndome
una sensación de libertad
inigualable.

Tu voz susurrándome
que me desvista sólo para ti,
que me mire
y que me diga
que soy guapa
- porque lo soy -
y que mi cuerpo frágil
(como yo lo describo)
produce una sensación demasiado fuerte
dentro de él
para tener esa fragilidad.

Tú haciéndome gritar
como nunca lo he hecho
y gritando cosas que nunca he dicho
(y más que eróticas,
revolucionarias).

Tú quitándome la ropa
y con ello,
los prejuicios,
los estereotipos,
los miedos,
los imposibles,
los "no valgo para esto",
la vergüenza,
la autocrítica,
la poca autoestima,
la afirmación
ante el hecho de lo que la sociedad dice que soy.

Que no soy.
Y, a cambio de todo ello,
dándome sólo una cosa,
que puede parecer minoritaria,
insignificante,
absurda;
pero que es en realidad
la, más poderosa,
beneficiosa
e importante
que puedes hallar en esta vida:

la libertad.

viernes, 11 de marzo de 2016

Un maldito caos

Yo iba descalza,
tímidamente,
de puntillas,
con la levedad de una mariposa,
con la sigilosidad de un felino.
Casi volando,
con solo las puntas de mis pies
tocando el frío suelo
de mármol.
Sintiendo que no llevaba nada puesto,
sintiéndome desnuda,
ante los ojos de la gente,
y queriendo ser transparente
y consiguiendo ser transparente
entre la multitud.
Yo iba sin GPS
y con una mochila llena de errores
demasiado pesada
para cargarla,
sin brújula
sin mapa
y sin previo destino.
Sin saber adonde voy
(ni de donde vengo).
Perdida,
como se pierde
el último rayo de luz
ante la inquietante
oscuridad.
Yo iba sin hacer mucho ruido.
Con los ojos bien abiertos,
pero la boca bien cerrada.
En silencio.
Siempre en silencio.
Y, entonces, llegaste tú
provocando un tsunami
en este tranquilo mar,
haciendo estallar bombas
de donde sólo quedaban cenizas,
haciendo de mi silencio
un sonoro tambor,
rompiendo en pedazos
los versos escritos,
haciendo de mí
un caos.
Y me enseñaste
a romper las normas
establecidas,
a gritar cosas
prohibidas,
a reír no por educación,
más bien por felicidad.
Hiciste que los días de lluvia
fueran una excusa
para quedarnos en casa
y que la revolución
fuese la idea principal
de mis poemas
-además de ti,
valga la redundancia-.
Me hiciste gritar
en vez de permanecer callada
y me enseñaste que tengo
cosas importantes
que decir.
Que no podía ser transparente
evocando una sonrisa
que brillaba
entre los ojos de la gente.
Y que no,
que yo era única,
que eso del silencio
era para los ignorantes.
Que mis preciosos labios
(cómo tu los llamas)
tenían que gritar
por esa libertad
que tanto añoramos.
O por nuestro amor
que tanto daño
me ha quitado.
Yo iba en silencio,
sin mirar a los ojos
de la gente
y entonces tú me miraste
fijamente
haciéndome ver
y creer
que no era transparente.
Y entonces
me enamoré de ti,
de esa forma tan bonita
que tenías
de hacer de mí
un maldito caos.