Intentamos orientarnos
tratando de encontrarnos
en tus ojos
y no nos damos cuenta
que vamos a perdernos
en tu mirada.
No me importa.
Mírame.
Hazme saber que se puede
hallar un camino
sin salida
en tu cuerpo.
Me he quedado atrapada
entre tus piernas
y las curvas de tus caderas
que, aún siendo hombre,
tienes más curvas
que la autopista de Alicante
y una espalda tan alta
(y ancha)
que ningún loco
ha conseguido escalarla.
Déjame escalar tus piernas,
tu cintura
y tus caderas,
aunque me caiga
por el precipicio de tus labios.
Porque que más dará
si me salvan tus besos.
Si, a pesar de todo,
la caída
va a ser tan suave
como tu almohada.
Al fin y al cabo,
voy a caer en tu cama.
Déjame ser tuya
o hazme sentir
como tal;
sin más enredos
que el de mi cabello.
Estoy ciega
de tanto mirarte a los ojos.
Creo que me voy a tirar
por el balcón
de tus labios.
Voy a pintarte
Las Meninas
a lo largo de tu cuello
con besos.
Me pierdo en las caricias
y en el roce de tu cuerpo
contra el mío
en este colchón
ya no tan vacío.
Voy a tumbarme encima tuya
o de tu espalda desnuda
y a susurrarte
que si hoy muriera
preferiría morir aquí contigo
antes que seguir viviendo allá sin ti.
Dime que me quieres
y te haré resucitar
mil veces más
de lo normal.
Dime que me amas,
y te entregaré
el cuerpo
y el alma.
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