sábado, 27 de febrero de 2016

Sólo tú y yo. Sólo nosotros.

Se sienta a mi derecha.
Con su sonrisa iluminando su cara perfecta. Sus ojos miel atraviesan las paredes de mi corazón y yo me quedo aquí, quieto, parado, sin saber qué hacer ni qué decir.
Su cigarrillo colocado entre sus dos finos dedos me ha dejado descolocado, mareandome con el humo que desprende (o con el brillo que desprende ella). Mira fijamente el escenario donde una afroamericana canta canciones de amor con una voz tenor que hace vibrar la sala. Los clientes del café se pasean con sus trajes luciendo estilo (y dinero).
Ella lleva un vestido de color granate con alguna transparencia en la zona de la espalda y unos tacones negros. Sus cabellos, recogidos en un precioso moño hecho con trenzas (de muchas horas), son de oro. Y sus labios son de diamante, volviendo loco a quien los mire durante demasiado tiempo.
Me mira. Se acaba de terminar el cigarro. Trago saliva. ¿Qué digo?
Ahora suena una canción suave cantada por una hermosa voz. Le devuelvo la mirada y le tiendo la mano.

Nos dirigimos al centro de la sala y sujeto su cintura con la mano izquierda mientras entrelazo los dedos de la derecha con los suyos. ¿Qué más dará que ella sea de oro y yo, de cobre si sus labios pueden rozar los míos?
Fuera todo.
Fuera todos.
Sólo tú y yo.
Sólo nosotros.

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