sábado, 27 de febrero de 2016

El mar cura, las despedidas ahogan.

No sé qué pasa.
Últimamente me cuesta hablar
si no es contigo
y no veo nada,
tal vez porque me has cegado
con tu mirada.
Otra vez cuento los días
para volver a quedarme sin respiración;
y qué irónico:
ambos sabemos que me falta el aire
si no estoy contigo.

Huelo a ti
y a los miles de besos
que nos damos.
Sepo a ti
y tus labios
saben a estatua bañada en oro.
Supongo que es
porque eso es lo que eres.

Me invade de felicidad
verte de nuevo
y me llena de tristeza
verte marchar.
No sé cómo voy a superar
tener que despedirme
siempre que el cielo oscurezca.

Noto el roce de tu piel
con la mía
y me estremezco
porque tienes esa preciosa virtud
para hacerme
sentir rosa
cuando sólo soy margarita.

Me estoy hundiendo
porque me contaron
que el mar con sal
me iba a curar las heridas
y me he sentido
tan bien
que ahora soy incapaz de despedirme de él.

Tengo frío.
Y quiero besarte bajo la lluvia.
Tengo calor.
Y quiero dártelo.
Tengo poca autoestima.
Y quiero prestarte un poco.

¿Por qué nadie me lo dijo?
Lo peor de enamorarse
es tener que decir adiós.

Te he visto marchar.
No sé muy bien por qué,
pero una ráfaga de viento frío me ha recorrido la piel.
Espero que dentro de poco
devuelvas el verano
a mi cuerpo
y la primavera
a mi corazón.
Si te parece bien,
las cuatro estaciones
de Vivaldi.
Pero siempre que la música
seas tú
y tu respiración agitada.

Se me ha impregnado
tu olor en mi cuerpo
y te siento tan cerca
y me derrumbo
porque sé que lo no estás.

Me faltan palabras
y me sobran besos.
Me he quedado con ganas
de dormir a tu lado,
de ver tus ojos cerrados
mientras la luz de la calle aparece
y resplandece
las primeras horas
de la madrugada.

Está bien escuchar
los pájaros cantar
por la mañana,
pero no hay nada
más precioso
que tus susurros
en mi oído.

Me contaron
que el mar me iba a quitar las cicatrices.
A ver quién me quita a mí
toda esta tristeza
que me produce
tener que despedirme de ti.

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