sábado, 27 de febrero de 2016

Muerte.

Y ya ves.
Así pasa.
Cuando menos te lo esperas,
ahí está.
La muerte.
El frío destino
de la vida.
La carrera que nadie quiere terminar.
No hay premio.
No hay gloria.
Sólo soledad.

Ahí está.
Te tiende la mano frágil
en señal de ayuda
mientras con la otra
te ahorca.
Como un amigo infiel.

Ahí está.
Y ahí estás.
Llanto.
Dolor.
Tristeza.
Nostalgia.
Angustia.
Muerte.

Nos contaron
que los románticos
buscaban un ideal
que chocaba
con aquella realidad insatisfactoria
que vivían.
Que viven.
Que vivimos.

Ojalá supiese menos de la vida.
Pero sé demasiado.
Sé como empieza,
pero también como termina.
Y hoy en día,
es complicado creer
en el "todos van al cielo"
mientras que los cadáveres
se pudren bajo tierra
y las sin razones
ya no existen.

A veces me pregunto
si alguien me escucha.
Si esta vida vale algo.
Si el camino es desierto.
Si las cosas son las de antes.
Y qué pasará después.

Suelen decir
que si nos caemos,
nos levantamos.
Pero, ¿y si no nos levantamos más?

No quiero que el río desemboque en el mar.
Porque me da miedo el mar.
No sé nadar
ni gritar
lo suficientemente alto
como para que alguien me escuche.
No lo sé
porque nadie lo sabe.

No quiero hallar un camino sin salida.
No quiero cegarme
ni quedarme ciega.
No quiero llorar sin que nadie lo escuche
y no sentir el llanto
porque nada es lo que siento.
Y no lo quiero.
No quiero vivir tumbada entre flores
ni reír con la palidez en el rostro.
Y no quiero
y no se lo deseo
a nadie.

No más.
Llanto.
Dolor.
Tristeza.
Nostalgia.
Angustia.
Muerte.

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