martes, 13 de septiembre de 2016

Días lluviosos, cielos grisáceos y tú, de color.

Día lluvioso.
Cielo grisáceo
y personas monótonas
paseando con sus paraguas
en un mundo de blanco y negro.

Llantos desconsolados
de margaritas deshojadas
porque a aquel que le quitó los pétalos
le salió que ya no.
Y gotas de agua cayendo
de las verdes hojas
como si el árbol de la felicidad
también se hubiese puesto a llorar.

Cigarrillos mojados,
alquitrán en labios
que antes hubiesen sido besados.
Y no quiero decir
que ahora no lo sean
por el exceso de tabaco,
lo que quiero decir
es que ahora no lo son
por el exceso de amor
que tuvieron en el pasado.

Cuántas veces
nos hemos sentido
gilipollas
al haber llamado corazón
al mismo que te lo estaba destrozando.

Y ahora tú.
Con tus ganas de cambiarlo todo,
con tus ganas de quererme a mí.
Tú diciéndole que no
a la superficialidad de esta sociedad
materialista y capitalista
(que va más o menos
de lo mismo)
y pintando flores de colores
en los muros grises
de una monarquía
a la que ya no le va
la palabra democracia.
Tú queriéndome
a pesar de mis miles de defectos
y susurrándome
que hoy puedo gritar utopías
y callar a políticos
con poemas sin censura,
versos sin rimas
y afirmaciones muy ciertas
que nadie se atrevió a afirmar.
Tú mirándome
y haciéndome sentir al mismo tiempo.
Intentando que vea que los días de lluvia
no son tan malos
y aprovechándolos
para meterme en la cama
y quedarnos en casa
entre risas desafinadas
y sonrisas despeinadas.
Porque, joder,
que bonita es la música
que sale de tus preciosos labios.

Tú pintando el mundo
de color
y yo sintiéndome arcoíris
en un cielo
que todavía sigue siendo grisáceo.




Aunque contigo 
siempre sale el Sol.

martes, 6 de septiembre de 2016

Si todo termina

Si todo termina,
me gustaría que siguieses teniendo
esa sonrisa luminosa
en tu fina cara
y que siguiese brillando
incluso en los días nublados.
Me gustaría
que todas las canciones
te recordasen a mí,
pero nada de malos momentos,
todos buenos.
Me gustaría que encontrases
tréboles de cuatro hojas
allá donde fueses
y que tu pelo
siguiese siendo el más puro signo
de la modernidad
(y de la rebelía,
que tú nunca fuiste
muy de normas).
Me gustaría
que las cosas siguieran siendo
de color etéreo,
nada de llantos,
que siguieses tocando el cielo
aunque no fuera conmigo.
Me gustaría
que encontrases la manera
de resolver todos esos enigmas
de la vida
que muchas veces te planteas
y que salieses de todos los laberintos
en los que sueles introducirte.
Y perderte otra vez en labios
y en cuerpos desnudos,
y hallar la libertad en otra boca
y coger la mano de otra persona.

Si todo termina,
me gustaría que no me quisieras
porque si me quieres,
es que me recuerdas;
y si me recuerdas,
es que todavía sientes nostalgia
y tristeza.

Sí,
lo cierto es que
si todo termina,
me gustaría
que fueses feliz
a pesar de que yo
no lo fuera.

La desnudez

No hay que darle importancia al cuerpo desnudo. Es la realidad intransigente la que nos debe hacer sentir libres, la que nos debe empujar hacia las facetas más oscuras y no por tanto las menos alegres. Es nuestro deseo, nuestra pasión lo que nos llevará hacia las nubes de un cielo azul que por una vez está despejado y no nos atormenta de nuevo los rayos ni los truenos ni todas aquellas cosas que nos dan miedos. Por una vez, estamos seguros de lo que queremos y nos sorprendemos al querer más. Sin embargo, no hay que alarmarse, eso es lo que nos mueve: la sed de deseo.

Hay que perderse en las clavículas de alguien de vez en cuando, cantar una dulce canción entre gemidos desafinados y oír la mente desplomarse ante lo que es el cuerpo humano. Dos cuerpos moviéndose a un ritmo irregular entre suspiros (pero no de los tristes) y gritos a plena voz para que el mundo sepa que está tocando el cielo de una jodida y agradable vez.

Es la ropa caerse, las sonrisas despeinadas y las sábanas blancas los que nos hacen sentir libres. No hay que darle importancia al cuerpo desnudo porque es tu cuerpo, sin más. Son tus cicatrices lo que te hace perfecta y el modo en el que él las limpia con saliva lo que te hace eterna.

Cuéntame algo

Cuéntame algo.
Da igual lo que sea,
pero cuéntamelo.
Que salgan de tus labios
palabras
decoradas con dulces suspiros
y que tu respiración
se tiña de sinceridades.

Cuéntame
lo que te hicieron en el amor.
Cómo te dañaron.
Cómo te hicieron llorar
y saltar
a tu lado más amargo.

Cuéntame
cómo te quisieron
y cómo no lo hicieron.
Cómo te abrumaron los pensamientos
y acabaste tirándote al agua
sin flotador.

Cómo te aburrieron
y cómo te impactaron.
Cual bala incrustada
en corazón sincero.

Cuéntame tus pesadillas
y tus mejores sueños.
Cuéntame como te ahogaste
y dime cómo puedo salvarte.
<<De ninguna forma>> oigo decir,
pero sé que los besos curan más
que el mar.

Háblame de lo que te ronda por la cabeza
o por el corazón.
De las múltiples maneras que tienes
de bailar al ritmo de las sábanas.
De la magia sin magia
y de los besos sin amor.

Cuéntame qué es de tu corazón,
por qué se escondió
detrás de los muros
de la nostalgia
y por qué aún no ha salido
para que el Sol pueda contemplarle.
Cuéntame las horas tristes
y los minutos infelices
en una bañera
más llena de lágrimas
que de agua.

Háblame de todo
y no me digas nada.
Sólo con una mirada,
sólo con una simple mirada,
cuéntamelo.

martes, 16 de agosto de 2016

Sigamos volando

Nos han cambiado las vidas.
Yo antes era esclava de mis tacones
y ahora soy dueña de mis sandalias.
A ti te encantaban las noches
y ahora te sobran
si no estoy yo en ellas.
Admitámoslo.
Todavía nos seguimos pensando
incluso en las horas tardías
y nos arreglamos
entre besos
cuando nos derrumba
la tormenta.

Lo hemos pasado mal
en el amor,
hemos cometido actos incoherentes
por no querer borrar las fotos antiguas.
Y nos hemos sentido como estúpidos
al encontrar pedazos esparcidos
de lo que eran nuestros corazones.
Hemos acabado
rompiendo las sábanas
que todavía olían
a esa persona
a la que tanto quisimos.

Y ahora.
Ahora ya no encontramos
los restos de nuestras antiguas pasiones
porque la nuestra
es más que suficiente.
Nos escondemos
debajo de las mantas
para volver a perdernos
como ya lo hicimos.
Nos tocamos
con manos inocentes
que ya no lo son tanto
y nos miramos
con ardiente deseo
partiéndonos la ropa.

Yo no quiero
que me destroces el vestido.
Yo sólo quiero
que me desvistas dulcemente,
haciéndome olvidar
todos mis líos inexplicables.
Que me cojas de la mano
y me digas
que vamos a tocar el cielo,
que me des
tus alas
para que yo también pueda volar
y los pájaros tengan envidia
de lo rápido que vamos
y el Sol se ponga celoso
de lo bien que iluminas tú
nuestras vidas.
En especial, la mía
(aunque eso ya lo sabías).

Tú dices que somos adolescentes,
yo digo que somos necios.
Por intentar de nuevo
hallar la libertad
en la cama
cuando todos sabemos
que sigo siendo
esclava del brillo de tus ojos
y tú, del de mi sonrisa.

Aunque, si te soy sincera,
ahora sí que me siento
la dueña de mi vida,
la que llega lejos
pisando fuerte
el acelerador.
Y todo es gracias a ti.
A lo bien que dibujas
revoluciones
en mis clavículas.
A lo bien que me coges
y me elevas por los aires.
Soy dueña de mis sandalias
porque tú estás al lado
cogiéndome de la mano
y diciéndome que no pasa nada,
que siga andando,
que todo va a salir bien.

Admitámoslo.
No podría ser la dueña de mi vida
si el dueño de mis noches
no fueras tú.

viernes, 8 de julio de 2016

Te odio. Te quiero.

Te echo de menos.
No sabes cuánto te echo de menos.
He roto los versos
que te he escrito
todo este tiempo.
Los he roto
porque no quiero 
volver a leerlos.
Porque cada vez que los leo
la voz se me quiebra
y las lágrimas saltan de mis ojos
y no quiero.

No soy tuya.
No sé cuántas veces
lo habré repetido
por las noches
para poder dormir.
No soy tuya.
Ni mis labios
quieren juntarse con los tuyos
por más que mi boca
se acerque a ti.

No soy tuya.
Las manos tiemblan
porque tengo mal pulso.
De verdad.
Y los ojos están rojos
porque se me ha metido
un poco de nostalgia en ellos.
Nada más.

Te odio.
De verdad te lo digo.
Te odio.
Odio esa manera que tienes
de controlar mi cuerpo
y asfixiar a mi corazón
que de tantas lágrimas
va a acabar ahogado.
Joder, te odio.
No quiero hablar de ti.
Odio esa manera que tienes
de mirarme
y tu sonrisa.
Odio tu risa.
Odio tus manos
cuando agarran a las mías.
Te odio.

Estoy sentada en una esquina.
El cuarto está en penumbra,
aunque no tanto como yo.
Estoy intentando encontrar comprensión
en unas líneas de un poema
de Neruda
y ni siquiera mi poeta favorito
puede consolarme,
aunque sólo sea con rimas.

Se me llenan los ojos de lágrimas.
No, joder.
Hay que ser fuerte.
Hay que seguir escribiendo.
No podemos acabar en un caos
sin haber terminado el verso.
Te odio,
pero ¿sabes qué?
Te quiero.

jueves, 7 de julio de 2016

El amor no entiende de límites

Enciende la radio. Se escucha un piano. Empieza la música y Eduard me da su mano para invitarme a bailar. No estamos en un local, estamos en un sitio más íntimo. Un jardín. He terminado quitándome los tacones y mis pies están rodeados de flores silvestres que me acarician los tobillos. Mi cuerpo se balancea al ritmo de la música siguiendo los pasos de Eduard. Me agarra de la mano y me impulsa. Comienzo a dar vueltas riendo sin parar ante la atenta mirada de la luna llena que parece esbozar también una sonrisa. Freno cuando noto los dedos de Eduard sujetándome suavemente la cadera. Y le miro. Y me mira. Entonces, me susurra al oído que estoy preciosa y yo sonrío tímidamente. Toca mis mejillas de forma delicada como si tuviese miedo a romperme en pedazos, como si tuviese miedo a que yo fuera de cristal. La brisa me despeina y trato de peinarme otra vez. Pero él me para. Me dice que le encanta mi pelo despeinado porque lo mejor de la belleza es la naturalidad. Acerca su boca a la mía. Siento su respiración agitada y los latidos de su corazón. Me echo hacia atrás, pero él me rodea con sus brazos y me pide:
- No te vayas todavía. Quiero saber a qué sabe el carmín de tus labios.

Y cuando me va a besar, veo que sus ojos verdes desaparecen y le grito. Le ordeno que no se vaya, por favor, que no se vaya.
- ¡Te quiero, Eduard! - grito, pero no hallo respuesta.
Se ha ido.

Despierto. Me encuentro en una fría habitación con los ojos llorosos y las manos temblorosas. Me pregunto dónde está Eduard. Primero, observo a mi alrededor. Estoy en un hospital. ¿Por qué? De repente, recuerdo. Estoy en un hospital porque he tenido un accidente de tráfico. Pues claro, es eso. He tenido un accidente. Eduard conducía y yo tarareaba las canciones de la radio. Un coche. Un coche se cruzó y Eduard perdió el control. Nos chocamos.

Eduard está en la habitación de al lado. Eduard está en la habitación... ¿Vivo? No, no quiero que desaparezca como en mi sueño. No, por favor.

- ¡Enfermera! ¡Ayúdeme, enfermera! ¡Ayúdeme, por favor! ¡Enfermera!
La enfermera llega corriendo.
- ¿Qué le ocurre, señora?
- Mi marido... Enfermera, ¿mi marido está bien?

La enfermera me pide que me tranquilice. Sin embargo, yo no le hago caso.
- Enfermera, dígamelo, por favor. ¿Está vivo?
- Sí, señora. Lo está.

Suspiro de alivio.
- Gracias a Dios.
- Pero, señora... Pero... - la enfermera se pone nerviosa.
- ¿Qué ocurre? Dígamelo.
- Su marido...
- ¿Qué le pasa a Eduard?

Me mira con ojos tristes y responde casi en un susurro:
- Está en coma.

Y, en ese momento, me desmayo.

lunes, 4 de julio de 2016

Versos que probablemente nunca leas

He escrito tantos versos
hablando de la sucesión de besos
que nos dimos
en Puerta de Jerez,
escuchando la lluvia caer,
entre el frío de fuera
y el calor de tu piel,
que ya no se me ocurre
de qué hablar,
porque hay tantas cosas
que decir de tu mirada
que se me acaban las palabras
y mis manos están cansadas
de escribirte
para que ya no me vuelvas a leer.

Me escondí.
Me tapé con unos brazos
que no eran los tuyos
y me hallé en unos besos
que no sabían a ti.
Y me enamoré.
Me enamoré
de su parecer,
de sus ojos miel,
de todas esas maneras
que tenía
de hacerme sentir bien.
Y me olvidé.
Me olvidé
de Puerta de Jerez,
de tu risa
y de todas esas malditas tonterías
que me hacían sonreír.

Pero tú sigues paseándote
por aquí
porque yo nunca me atreví
a soltar a los perros
ya que yo lo que quería
era ser la única
que te mordiese a ti.
Y todavía sigues
por aquí
y yo no me atrevo
a decirte que te vayas,
por razones que desconozco
o que quiero desconocer.

Andas por mi mente,
inundando todo de nostalgia
y de un ''no saber hacia dónde ir''
porque tus besos eran mi única salida
y ya no puedo seguir.
Me hallo en un camino
que termina en un muro
de angustias;
mis manos no consiguen escalar
porque últimamente
tiemblan demasiado
y mis pies están cansados
de correr detrás de ti.

Porque sí, es cierto.
Soy yo la que corro detrás de ti
para no correrme
pensando en los lunares
de tu espalda
que formaban constelaciones
porque tu sonrisa brilla más
que todas las estrellas
de la Vía Láctea.
Sí, soy yo.
La que ando escribiéndote versos
confiando en que un día de éstos,
pases y leas uno de ellos.

Sé que no debería decírtelo,
pero a veces
-por no decir siempre-
te echo de menos.

sábado, 18 de junio de 2016

Sal de todas esas ruinas en las que andas metida

Me duele verte así.

Me duele ver a mi hada azul
rompiéndose en pedazos,
cortándose las alas
que la hacían volar.
Yo sólo quiero que vueles,
como antes hacías.

Me duele ver lágrimas
cayendo por tus mejillas
en las que probablemente
todavía hacen falta mis besos,
mis abrazos,
mi amor.

Me duele verte así
porque yo sólo quiero
recomponer los pedacitos
de tu corazón
que andan esparcidos
en quién sabe dónde.

Eres una luchadora, pequeña.
Eres todo lo que yo soñé ser,
eres la mano del artista,
el beso del fugitivo,
la tormenta de revoluciones,
la aurora boreal en unos ojos miel.
Eres intensidad,
inteligencia,
talento,
revolución,
esplendor.

Veo que tienes los labios manchados de sangre,
las manos temblorosas
y unos ojos que buscan esperanza entre ruinas.
Y es que estás en ruinas.

Pequeña, yo sólo quiero salvarte.
Sólo quiero sacarte de todas esas ruinas
en las que andas metida,
sólo quiero susurrarte bellezas
para que esboces esa sonrisa tan preciosa
que guardas en tu bello rostro,
sólo quiero llenarte de felicidad.

Pequeña, antes lo conseguíamos.
Antes hallábamos esperanzas
en los rincones más oscuros de la vida,
antes podíamos soportar todo el peso
aunque no sin esbozar antes una sonrisa.

Pequeña, sal de ahí.
Estoy tratando de reconstruir
tu pequeño corazón,
estoy limpiando la suciedad
que estaba en tu cabeza
y lo quiero conseguir.

Pequeña, sal de ahí.
Yo sólo quiero que dejes de esconderte
en el oscuro túnel de tus pensamientos.
Yo sólo quiero iluminar un camino distinto
para que tú y tus heridas
podáis seguir andando.

Pequeña, por favor te lo pido,
sal de ahí
porque me duele,
porque me duele verte así.

Sólo quiero que seas mío

No quiero que seas
ni mi príncipe azul
ni mi media naranja
ni todas aquellas cosas
que se inventó Disney,
aquellas cosas
con las que las niñas sueñan,
las princesas felices,
las reinas poderosas,
las hadas azules.

No quiero que lo seas
porque yo nunca fui
ni reina
ni princesa
ni hada.
Yo sólo soy una mujer,
pequeña,
pero una mujer
que ya conoce bastante
porque ha aprendido a palos,
a golpes contra la pared,
a puñetazos.

Yo sólo quiero que seas
el que me comprenda
cuando ni yo misma me comprendo,
el que llene mi vida
de rosas azules,
blancas,
rojas,
de todos los colores
para salvarme
de la sociedad monocromática
en la que vivimos.

Yo sólo quiero que seas
el que no se enfade
a pesar de mis gritos
porque sabe
que simplemente ha sido
un día malo.

Yo sólo quiero que seas
el que encienda
la llama de mi corazón
que se estaba apagando
después del último tornado.

Yo sólo quiero que seas
el que me haga entender
que, por fin, alguien
también lo da todo
por mí
sabiendo que yo lo doy todo
por él.

Yo sólo quiero que seas
el que me acaricie
y entienda que estoy cansada,
el que no me insista,
el que me haga sentir que soy escuchada.

Yo sólo quiero que seas
el que me de
los buenos días
y las buenas noches,
pero no por escrito
sino en persona,
con besos,
con abrazos,
con amor.

Yo sólo quiero que seas
el que me cuide,
el que me diga
''mi pequeñita,
mírate,
eres preciosa''
y que me haga
sentir como tal.

Yo sólo quiero que seas
el que me quiera.
Sólo eso.

domingo, 12 de junio de 2016

Cerrando el libro y escribiendo otro totalmente distinto

Si me estás escuchando,
si estás leyendo esto,
quiero que sepas
que no me he olvidado
de lo vivido a tu lado.

Que sigo recordando
los besos que nos dimos,
las caricias y los mimos,
todas aquellas cosas
que me hacían dormir tranquila,
aquellas cosas
que me hacían entender
que tú también me querías.

Quiero que sepas
que no he olvidado
las tardes por Sevilla,
las risas que sólo tú me producías,
los abrazos que me hacían sentirme segura.

Quiero que sepas
que sigues en mi mente,
que no te has ido todavía.

Pero también quiero que sepas
que estoy pasando página,
que te recuerdo,
sí, claro que te recuerdo,
pero sólo son recuerdos,
nada más.

Estoy cerrando el libro
todavía con la mano temblorosa,
pero tengo a alguien al lado
que me está sujetando la otra mano
y me está ofreciendo un libro distinto
para volver a escribir
una historia diferente.

El corazón tiene algunas heridas
que costara quitar,
pero lo estoy cerrando
y eso es lo que importa.

Me está costando.
Ando aún pensándote
pero él ha aparecido
afortunadamente.
Y aunque no lo creas,
está llenando mi vida de felicidad
y me está dando la ayuda suficiente
para no mirar más atrás.

He cerrado la puerta del corazón
porque ahora ya no te pertenece a ti.
No te equivoques,
no te tengo rencor.
Te doy las gracias
porque me llenaste de margaritas
y me susurraste
cosas bonitas
y sinceras,
que eso es lo importante.

Pero quiero pasar página.
Quiero cerrar el libro.
No quiero más llantos.
No quiero más miradas al pasado.
No quiero más labios de marfil.
No te quiero más a ti.

Lo único que quiero
es empezar
un nuevo libro
que en la portada
lleve su nombre
y que esté escrito
por algo llamado
felicidad.

Espero conocer
al autor
que lo escribió.


Sólo quiero que lo sepas.

sábado, 4 de junio de 2016

Me ha hecho sonreír

Estoy sonriendo.
Y no porque me insistan
ni siquiera porque me lo pidan,
simplemente porque quiero.
Porque soy feliz.
Estoy sonriendo
porque hoy más que nunca
me siento bien.

Hoy he mandado a la mierda
a todos los convencionalismos
y le he dicho a las opiniones de los demás
que ya no me importan.
Que yo soy yo,
él es él
y qué más dará el resto.

Hoy me ha llamado preciosa
y no sólo eso:
también he visto sinceridad
en su mirada.
He visto todas las cosas
que se me había olvidado
que existían:
he visto rosas blancas,
miradas intensas
y una sonrisa sincera.
Hoy me ha sonreído.

Hoy he creído tocar el cielo
con un solo beso.
He saboreado el momento
y ni siquiera he sentido tristeza.
Porque, con él,
nada es triste.
Hoy me ha hecho sentir Afrodita
y no por la sexualidad,
sino por la belleza.

Hoy las estrellas han bailado
en torno a nosotros,
la luna ha brillado tanto como sus ojos
y el paisaje más bello
era él,
nada más que él.

Hoy he saboreado gloria
y he mirado la aurora
que se hallaba escondida
en su mirada.

Hoy he reído
y no por pura inercia.
Hoy las mariposas han revuelto
el estómago
y han formado un huracán
dentro de él.

Hoy he sentido que acariciaban
mi corazón
y no lo destrozaban.
Hoy me ha hablado de bellezas infinitas
y me ha nombrado a mí.
Sólo a mí.

Hoy me ha cogido de las manos
y creo que he cumplido un sueño.
Hoy me he enamorado
y es más:
me he sentido amada.

Hoy he sido feliz
porque hoy
me ha hecho sonreír.

jueves, 26 de mayo de 2016

Para vosotras porque sí, porque os lo merecéis

Hoy me he caído.
Y ayer.
Y anteayer.
Y todos esos días
en los que la vida
me da más empujones
que caricias.
Me he tropezado
ochocientas veces
con la misma piedra
y es más:
hasta me enamoré de ella.
Pero todo va bien.
Porque siempre
las cosas van bien
cuando te rodeas
de gente maravillosa.
Y esas sois vosotras.

Madre mía.
Quién me lo diría.
Después de tantos años
y todavía unidas.
Sois mi amuleto de la suerte,
aquel que siempre está,
que aunque parezca
que no puedo tener más mala suerte,
ahí está,
para ayudarme,
para darme esperanza,
para hacer que crea
un poquito más en la vida.
O en las personas.
Que no son muchas,
pero así mejor.
Prefiero pocas y siempre
que muchas y nunca.

Vosotras estáis siempre.
Sois el café caliente
después de un día agotador,
el reloj que vuelve a tocar
las ocho de la mañana
y hace que todo
vuelva a la normalidad.
Que eso es lo que una
sólo quiere que ocurra.
Que todo sea rutina,
ni catástrofes
ni nada por el estilo.

Sois la manta que me calienta
cuando tengo frío,
el abrazo
que te invade de felicidad
o al menos
de cariño,
las manos que me acarician,
que me secan las lágrimas
para que no vuelva a llorar.

Sois la piedra grande
que desafía al mar,
sólo para no llegue
a la calle
que, agotada,
ya no puede soportar
más oleajes.
Sois el Sol
que aparece
y resplandece
después de la larga tormenta.

Para qué voy a andarme
con poesía
si lo puedo
decir sin más rimas:
sois toda mi vida.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Me duele la cabeza de tanto pensar en ti

Ando un poco mareada,
sin hallar la razón
para escribir esto.
Me duele la barriga
de tanto comerte
y me he acabado acostumbrando
a darte los buenos días
sin caricias,
pero con alguna rima
que haga despertar
a esa sonrisa
tan preciosa
que tienes.
Me dije a mí misma
que esto no volvería a ocurrir,
se lo prometí a mi corazón
que malherido estaba ya
como para soportar
más tormentas.
Pero aquí estoy.
De nuevo,
dándolo todo
por alguien
que me susurra
bellezas
mientras me quita la camisa
con delicadeza.
Aquí estoy contigo,
regalándote mi sonrisa más sincera
y mis labios
de carmín.

Me he tropezado
y me han dado ganas de llorar
tres veces al día.
Porque siempre
es más fácil llorar
que reír,
o por lo menos
yo lo veo así.

Me duele el cuello
de tanto estirarlo
para ver a la torre
que se alza a mi lado
y me he cortado
con unos labios
de marfil
y ahora los míos son rojos,
pero no de pintalabios,
sino de sangre.

Me has tirado a la cama
y me has hecho sentir muy libre,
muy mía,
aunque los dos sabemos
que sólo soy tuya.
Que sólo soy esa gota
que muere lentamente
en tu boca.

Han pisado suelo.
Soy yo.
Abajo de todo,
lo que nadie ve,
basura para muchos,
suciedad para todos.
Eso soy yo.
Soy unas manos temblorosas
que nadie se da cuenta
que están temblando.
Y no de frío,
porque tú bien me lo quitas.
Sino de miedo.
Miedo a acabar con la vida
que me queda a tu lado,
que ya llevo seis pérdidas
y a la séptima,
me voy a la ruina.
Miedo a ti
y a tus besos de oro.
A tus ojos castaños
y a tu risa contagiosa.
Miedo a ti
y a tu perfecta perfección.
A las rimas
que se repiten
y a los versos
que llevan tu nombre.

He gritado tanto
tu nombre
que me he quedado afónica.
Me duele la cabeza
de tanto pensar en ti.
Tengo agujetas
de todas las veces
que mi casa se queda sola
y ya sólo aspiro
a ser gota en tu boca.
Algo efímero,
pero eternamente feliz.

Así que aquí ando,
revolviendo palabras
después de que me hayas
revuelto las sábanas
y de que las mariposas
hayan revuelto mi estómago.
Tengo ganas de vomitarlas
todas,
junto con este miedo
y esta inquietud.

Espero que la vida
que me falta
sea contigo.
Porque ya no hay nada.
Porque ya no hay nada,
nada más que tú.

martes, 26 de abril de 2016

No sabe qué hacer

No sabe qué hacer. Pues claro que no lo sabe. Ha dado tantas vueltas, mirando el reloj nerviosa, mordiéndose el labio inferior hasta que ha derramado sangre. Ha insistido en lo de siempre. Ha intentado ser fuerte. Y no ha hallado razones para seguir hacia delante. Salvo que le ama. Pero, ¿dónde está ella? ¿Dónde está su futuro? ¿Tener hijos? ¿De verdad? Ella nunca compartió esas ideas. Ella es una literata. Ella es escritora. Ella es de las que crean palabras y no besos. De las que escriben poemas sin nunca enamorarse. De las que recorrerían Venecia a solas y cantaría canciones sin pensar en nadie. Sólo en las palabras, en los versos, en las rimas. Sólo en los cuentos, en las historias y leyendas que se cuentan entre las diferentes culturas del mundo. Ella no piensa en novios. Piensa en ella. No es de nadie. Es suya. Su corazón le pertenece a ella y nunca le gustó el término media naranja. Porque ella es una naranja entera. Ella es libre y no tiene tiempo de enredarse entre las clavículas de nadie. No tiene tiempo de introducirse en aquellos berenjenales porque ella bien sabe que siempre acaban mal. Porque ella escribe sobre llantos, palabras desconcertantes y despedidas de amor.

Anda desorbitada, sin mirar a nadie en concreto y, a la vez, mirándolo todo. Camina con pasos rápidos y constantes. Sólo se para cuando quiere mirar el reloj. Y cuando se da cuenta de que sólo han pasado diez segundos desde la última vez que lo miró, vuelve a despeinarse de forma inquieta y a caminar de un lado a otro sin rumbo concreto.
De repente, escucha una voz masculina:
- ¡María! - exclama Daniel y, velozmente, le da un abrazo. Después, le zampa un beso en los labios de esos que te hacen perder la noción del tiempo. Y eso que llevaba una hora mirando el reloj.
- Hola... - susurra ella, desconcertada después del inesperado saludo.
- Siento haber llegado tarde. El metro ha tardado más de lo esperado.
- No importa - le dice ella dulcemente.
Y sin entender muy bien el motivo, le devuelve el beso, pero esta vez más apasionado.

Cuando separan sus labios, él no puede ocultar su felicidad. En su rostro, hay dibujada una sonrisa brillante y desgraciadamente preciosa. Ella trata de no sonreír, pero es que también siente un júbilo tremendo. El corazón le va a mil por hora y se sonroja cada vez que él la mira fijamente. Se siente tonta, pero feliz.
- ¿Entramos? - pregunta Daniel señalando un restaurante muy prestigiado.
- Sí, claro - contesta María.

Abren la puerta y se introducen en aquel maravilloso lugar. Le llaman ''le exquisiteness'', que en español significa la exquisitez. No hace falta ser un experto para saber por qué le han puesto ese nombre. Las mesas de cristal van acompañadas de sillas (por no decir sillones) burdeos decorados con hilos de oro en las esquinas del cojín. En el techo cuelga una lámpara de cristal y el olor a rosas inunda la sala produciendo en el cliente una inevitable sensación de comodidad y relajación. Música jazz para enriquecer el ambiente. Camareros vestidos con chaqueta y corbata. Y mucha, mucha comida.

Se sientan en la mesa más cercana a la ventana. Ambos comen y charlan sobre todo salvo asuntos de política entre risas y miradas de amor. Ella nunca se ha sentido tan cómoda y, no sólo por el lugar, sino también por la persona. Él no para de sonreír. Los dos disfrutan de la comida y de la compañía mutua. Pero hay algo que falla. Ella quiere dejarle las cosas claras. No quiere enamorarse. No está hecha para eso. Está hecha para la literatura, no para las relaciones. Y menos sabiendo que esas cosas siempre acaban mal. Sin embargo, se siente tan segura y libre, que no quiere hablar del tema. Ni siquiera se le pasa por la cabeza. Ni siquiera lo recuerda. Hasta que él le hace recordarlo.

Cuando llega la cuenta, el camarero les ofrece una copa de vino a cuenta de la casa y ambos acceden. Después de beber el vino, él abre la boca. Carraspea. La cierra, pero luego vuelve a abrirla. Y no dice nada. Las palabras no le salen.
- ¿Te ocurre algo? - le pregunta María, preocupada.
- No... Bueno... Sí... - tartamudea.
- A ver. Dime.

En ese instante, con las manos temblorosas y el sudor cayendo de su frente, Daniel saca algo de su bolsillo y se lo muestra. Es un anillo. Sonríe, nervioso, y se pone de rodillas. Ambos saben lo que viene ahora:
- María Torres Martínez, ¿quieres casarte conmigo?

Ella no sabe qué decir. Se levanta y parece que le va a abrazar. Él abre los brazos, convencido de que ella también le ama. Pero, para su sorpresa, ella comienza a correr y sale del local, dejando a Daniel con un anillo en las manos y el corazón roto.

Ahora María sí que no sabe qué hacer.

martes, 12 de abril de 2016

Tus labios de marfil, el arma homicida.

Estoy escribiendo
con un montón de lágrimas
que todavía no han logrado
saltar de mis ojos,
que andan escondidas
por mostrar un poco más de valentía.
¡Qué sin razón!,
yo nunca fui valiente.

Estoy escribiendo
con el corazón encogido,
sin lograr hallar hechizo
para resucitar a mis latidos.

Estoy escribiendo
con las manos temblorosas,
buscando el roce de tus dedos,
con el consuelo de la tinta negra
y de la pluma que va con ella.

Hoy he pensado en ti.
He pensado
y he recordado
que tú me susurrabas que yo era rosa
mientras te follabas a todas las margaritas.

Que tus dedos me hacían
transportarme al mundo del placer,
de los besos.
Que me atrapabas en susurros
cantados por tu dulce voz,
que me contabas
que me querías.
Que amabas mi forma
de moverme en la cama,
de destrozar la almohada,
de sacudir las sábanas.
Que amabas mi forma
de dártelo todo
sin pedirte nada.
Pero nunca me amabas a mí.

Me he dado cuenta
de que me he vuelto fría,
cobarde,
desconfiada.
He acabado preguntando
que si me amaban
tres o cuatros veces por semana
y he pedido perdón
por miedo a no ser perdonada.
He acabado diciendo
que no tenía miedo a nada,
cuando le tengo miedo a todo
lo que empieza
con el verbo ''perder''.
He hallado
poemas
en los que sólo había
sin razones
dichas por una loca
a punto de ser odiada
más que amada.

Me he sentido desgraciada,
desilusionada,
amargada,
sola.
Me he sentido idiota,
fea,
inmadura,
imbécil.
Me he sentido riachuelo
cuando todos eran océano.

Me acabé enamorando de alguien
que sólo buscaba calor
y no amor.
De alguien que me susurraba
que yo era rosa
mientras se follaba a todas las margaritas.

Ahora sólo me hallo
en un túnel sin salida,
cansada,
agredida,
muerta.

Ahora sólo soy un cadáver.
Y todavía andan buscando al asesino
(que eres tú)
y al testigo
(que es mi corazón),
pero anda tan malherido
que no logra pensar
y menos hallar
el arma homicida.
Aunque todos saben
que son tus labios de marfil,
que cortan
con un sólo beso
todas las raíces
que le quedaban
a su hermosa
rosa
de frágil cristal.

Ahora sólo soy esos trozos de cristal
que se hallan esparcidos por el suelo,
perdidos en los rincones de la ciudad.
Ahora sólo soy tuya,
ni mía
ni de nadie más.

martes, 5 de abril de 2016

Niños flacos


Niños flacos. Padres asustados sin saber su futuro. Madres llorando. Un ápice de esperanza. Ya no. Barro, tierra, lodo. Pies descalzos que buscan pisar tierra firme, segura. Llantos. Y más cansancio. Pero que no, que hay que tener esperanza. Que estamos cerca. Que peor que eso, no hay nada. Que Siria ya está lejos. Que vamos a llegar. Sí, hijo, vamos a llegar. No llores más. Todo esto va a terminar.

Y claro que termina. Porque ahí están. Hombres gordos. Con un futuro prometedor porque el presente ya lo es. Risas. Dinero. Poder. Suelos de mármol, relucientes. Zapatos caros. Y mucha, mucha indiferencia como bien dice el texto. Indiferencia y poca empatía. Que bien les vendría ponerse en su situación. Los de arriba están asustados. De sus bocas salían palabras llenas de miedo. Pero miedo es lo que tienen los niños flacos. Los padres que están llorando. Los que ya no tienen comida. Los que se ahogan y los que acaban con su hermano, su hijo, su madre, su padre, su amigo muerto en los brazos. Los que ya no tienen esperanza.
Indiferencia. Claro que hay indiferencia. Porque, si de verdad nos importara, actuaríamos de una manera más honrada. Y no cerrando las fronteras. Nos cuentan que todos somos iguales, pero ahí está el hecho. Lo mío sólo son palabras inútiles dichas por una niña de dieciséis años. ¿Quién me va a escuchar? Al fin y al cabo, son ellos los que toman las riendas de los problemas y no yo. Creo que todos nosotros, todos los que ayudamos en esta acción tan solidaria, podríamos hacerlo mejor.


A veces siento vergüenza. Vergüenza de vivir en la UE, de vivir en un país gobernado por personas egoístas e indiferentes. Y yo sé que lo saben. Que saben lo que está ocurriendo. Que alguna imagen tienen que haber visto por la televisión al igual que todos nosotros. La diferencia es que nosotros no mostramos indiferencia, sino que queremos ayudarles. Sin embargo, los de arriba insisten, no sé si por miedo o por simple egoísmo, que las fronteras deben permanecer cerradas. ¿Qué son ellos? Para la UE son un obstáculo, un problema, un estorbo. Para mí, son personas. Personas que obviamente no tienen culpa de haber nacido en unas circunstancias tan terribles. Y los niños… ¿Alguien ha pensado en los niños? En la cantidad de niños sin esperanza que andan con cansancio buscando simplemente seguridad. Pero está lejos. Cada vez más lejos. Porque parece que nosotros mismos hacemos el camino más largo, con acuerdos que no llegan a nada más que a una tremenda indiferencia por parte de los europeos.


Quiero que me escuchen los hombres gordos. Aquellos que están en la cima, mirándonos desde arriba, con sus trajes y corbatas. Quiero que me escuchen: allá fuera hay niños flacos, madres llorando y padres angustiados. Que bajo sus zapatos caros, hay pies descalzos andando, buscando un lugar seguro, tratando de hallar paz después de tanta guerra que hoy día sigue pasando. Que bajo sus estómagos bien alimentados, hay niños muriendo de hambre. Que bajo sus suelos relucientes, hay barro. Quiero decirles que abran los ojos. Que miren todo lo que está pasando y que se den cuenta de todo lo que podrían hacer para cambiarlo. Que hoy día, debajo de los hombres gordos, hay niños flacos.

Estoy harta.

Estoy harta.
Estoy harta
de escuchar mentiras
y es más:
de lamer hipocresía.

Estoy harta
de no hallar verdades
en boca ajena
y de buscar
placeres
en las exquisiteces
del banquete
del gobierno ''progresista''.

Estoy harta
de gritar
y no ser escuchada,
de cantar utopías
y que nadie cante conmigo.

Estoy harta
de ser
lo que dicen que soy.
Que obviamente
no soy.

Estoy harta
de llevar etiquetas
puestas
por una sociedad antiprogresista.

Estoy harta
de besar
y querer más.

Estoy harta
de las desconfianzas
y de esos vasos de alcohol
que nunca terminan.

Estoy harta
de celebrar
cuando no hay nada que celebrar.

Estoy harta
de los buenos días
y de las buenas noches.
Nadie me ha dado un beso todavía.
Que hablamos de cariño,
pero llevo ya diez días
y tres horas
metida en esta burbuja
y sólo escucho demagogias
de unos labios de marfil.

Estoy harta
de no ser atendida
con urgencia
cuando tengo el corazón hecho arañazos
y unas lágrimas
que antes no sollozaban así.

Estoy harta
de caer
y recaer
en los mismos errores.

Estoy harta
de las ilusiones,
de la lotería,
de los amuletos
y de usar antes la suerte
que la razón.

Estoy harta
de vivir entre llantos
desconsolados
y sonrisas que defraudan.

Estoy harta
de mí misma
y de mis versos.

Estoy harta
de mí
y es más:
de ti.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Deberías saberlo

Deberías saberlo.
Deberías saber que eres perfecta.
Que ondeas banderas de revoluciones
en cada una de las imperfecciones de tu piel
y que tu mirada lasciva
provoca explosiones
en lugares que hasta ahora habían sido desierto.
Que tus ojos
alteran corazones,
y no al revés.
Y que solo la dulzura
que el marrón de ellos muestra,
podría venir de alguien como tú.

Que me susurras al oído
y me tiemblan las piernas.
Que invades de alegría
mis fines de semana
y que tú,
sólo tú,
nadie más que tú,
podría haberme hecho salir de ese enredo
en el que me había metido
para luego acabar enredándome
en tu piel.
Y es que menuda piel.

Que enamoras allá donde vas
con tu sonrisa
y me dan ganas de proclamar
al mundo entero
que es sólo mía,
que soy egoísta,
pero es que te tengo miedo
a ti
y a tus miles de perfecciones
que gustan a toda la gente.

Deberías saberlo.
Que besas como nadie
y que eres una mezcla
de dulzura salvaje
y euforia calmada.
Que nadie me muerde como tú.
Que tu cuerpo hace una línea perfecta
trazando algunas curvas
en las que me pierdo.
Y es que sólo tú me haces perderme.

Deberías saberlo.
Que últimamente lo primero que pienso
es en ti
al despertar
y que me vuelves loco
y que vuelves loco a mi corazón,
a mis sentidos
y a sístole y diástole.
Ya ves,
yo creía que habían cogido la maleta
y se habían marchado
después de las últimas penas.
Pero es que nadie
me ha devuelto tanta felicidad.

Deberías saberlo.
Que todas tus imperfecciones
te hacen perfecta.
Que los días son perfectos
si los pasamos juntos enteros,
y que nada es mejor
que tu caos emocional.,
que el oír
tu voz susurrar
que, si te dieran a elegir,
morirías aquí conmigo
antes que vivir allá sin mí.

Deberías saberlo.
Deberías saber que eres perfecta.
Y que cada una
de las virtudes
que tiene tu cuerpo
y que mantiene tu alma
te hacen perfecta.

Deberías saberlo.

sábado, 26 de marzo de 2016

La Virgen de la Merced

Me ha mirado.
La Virgen de La Merced me ha mirado.
Sus ojos han traspasado mi piel
y he sentido sus lágrimas.
Lágrimas que recorrían sus mejillas
y desembocaban en su boca,
produciéndole quizás un sabor amargo.
Y he saboreado amargamente sus lágrimas.
Lágrimas de verdad.

Tenía la mirada perdida,
pero yo sabía que se dirigía a mí.
Que me estaba hablando a mí.
Ambas sabíamos que San Juan le estaba consolando,
pero ninguna le estaba escuchando.
Porque la Virgen de la Merced me ha hablado.
Y se dirigía a mí.
Sólo a mí.
No le hablaba a sus nazarenos
ni penitentes.
Me hablaba a mí.
Sevilla la estaba mirando
en pleno silencio
entre la oscura noche
ante la atenta mirada de la luna
que, discreta, había aparecido
a lo alto del cielo
coronando a su Virgen de La Merced
con un ápice de destello.
Pero ella me estaba mirando a mí.

Y yo, sintiendo que podía ser escuchada,
sintiendo su mano tendida hacia mí,
la miré
y le hablé
y le pedí.
¡Cuánto le pedí!
Le pedí un poco de justicia,
de comprensión,
de amor,
de libertad
que pudiese cambiar este mundo
que nosotros mismos habíamos creado,
que destruyese la guerra
y crease la paz.
Que ella era la Virgen de la Merced,
que ella lo podía cambiar.

Entonces, fue cuando me contestó.
Cuando sentí que su boca entreabierta
me estaba hablando
entre llantos
desesperados.
En ese momento me di cuenta
que la Virgen no lloraba por otra cosa
que no fuese
por la situación actual.
Por el mundo que habíamos creado.
Que la Virgen lloraba
por todas las injusticias,
las inhumanidades
que estaban sucediendo.
Por todas las penas
que estaban ocurriendo.
Que la Virgen lloraba
porque sentía que todo se había desmoronado,
que este mundo se nos estaba yendo de las manos.
Y claro que se nos estaba yendo de
las manos.

Y me pidió,
me suplicó
que hiciera todo lo posible
por cambiar el mundo.
Y me explicó
que ella no podía hacer nada.
Lloraba.
La Virgen de la Merced lloraba.
Y me lloraba.
Ay, como lloraba.

Y entonces me di cuenta
de que,
bajo ese mantón
brillante,
poderoso,
lleno de grandeza
y fuerza,
se escondía
una mujer
débil,
frágil,
diminuta.
Una mujer
que lloraba amargamente
ante los malos tiempos,
ante la mirada de la luna llena,
ante los ojos de su Sevilla bella.
Una mujer como yo.
Y es que me sentía a mí misma.

Y no.
No era sólo una estatua.
Era una persona.
Fuerte,
pero frágil.
Una persona como cualquier otra.
La Virgen de la Merced era una mujer.
Una mujer luchadora,
pero como cualquier otra
se cansaba.
Se sentía agotada.
Una mujer que lloraba
de impotencia.

Y entonces me di cuenta
que si me había tendido la mano
no era para ayudarme,
era para ser ayudada.
Para que entendiera
que ella era una persona
como cualquier otra.

Me ha mirado.
La Virgen de la Merced me ha mirado.
Sevilla la estaba mirando
y ella estaba llorando.
Y yo estoy llorando.
Y es que me ha mirado.
La Virgen de la Merced me ha mirado.

Moriría por ti

¿Por qué es tan corto el tiempo
cuando estoy contigo?
Y tan breve,
tan intenso,
tan mágico.
¿Por qué debe decirse adiós?
Yo pasaría el resto de mi vida contigo
si me lo propusieras
y dormiría cada noche a tu lado,
sin razones,
sin palabras,
sólo besos,
sólo caricias,
sólo mimos.
Y tú y yo,
que eso ya suma puntos.

Me tiraría de un puente si me lo pidieras,
y escribiría una enciclopedia sólo sobre ti.
Gritaría al mundo entero lo que siento,
y te amaría,
pues claro que te amaría
si ya te amo.
Pintaría retratos de ti al estilo de Picasso
y recitaría los versos de Bécquer pensando en tu piel.
Encontraría tréboles de cinco hojas en tus manos,
porque mi suerte eres tú,
y hallaría el secreto de la caja de pandora en los lunares de tu espalda desnuda.
Te acabarías convirtiendo en insomnio si tus besos no me dejaran dormir.
Callaría sólo por oírte reír.
Haría huelga de hambre si no me dejaran comerte a besos,
y arrancaría los pétalos de las rosas más bonitas
porque nada es más bonito que tú.
Amaría
la revolución que formamos tú y yo
debajo de las sábanas
y revolucionaría(s)
los látidos de mi corazón.

Me mataría por ti
si no te tuviese
porque si no te tengo a ti,
que eres mi vida,
no tengo vida.
Y volvería a vivir
si me lo propusieras
sólo para verte sonreír,
sólo un segundo
frágil
diminuto
como me siento yo cuando estoy contigo.

Y entonces, moriría
poco a poco,
porque el destino de mi vida
era verte feliz
y si lo hallo
ya no hay nada por lo que vivir.

Y entonces llegaste tú

Y entonces llegaste tú,
sacándome de este camino sin salida
en el que me hallaba,
en el que me asfixiaba.

Llegaste tú,
iluminando mi destino
con el brillo de tu sonrisa.
Llegaste de la nada,
sin previo aviso,
sin nota dejada,
sin alarma,
sin nada preparado.
Llegaste en el momento
menos esperado,
pero el más oportuno.

Me hiciste salir de este bucle
en el que me había metido,
y me enseñaste
a mirar el mundo
desde otra perspectiva,
desde tu mirada.

Me hiciste perderme
por otro camino,
pero esta vez
el de los labios,
los besos
y los versos.

Te tiraste al agua
sólo porque yo
me hallaba abajo,
y recorriste el Pacífico
sólo para verme sonreír.
Me rescatastes
después de tantos palos,
y me amaste
y me hiciste amar
como nunca antes había amado.

Me besaste,
haciéndome temblar,
formando terremetos
en mi cuerpo,
haciendo estallar bombas
en mi corazón,
resucitando a sístole y diástole.

Me comprendiste,
me escuchaste,
me hablaste
y me susurraste
que yo era rosa
en un mundo de margaritas.
Y me hiciste sentir así.

Yo estaba encerrada
en un laberinto
sin salida,
asfixiada.
Y entonces
llegaste tú,
iluminado mi camino
con el brillo
de tu sonrisa
y haciéndome
ver lo bonito
que era el mundo
si mi mundo
eras tú.

Quítame la ropa

Quítame la ropa.
Desnúdame.
Hazme sentir
y hazme que me sienta.
Susúrrame.
Cántame.
Hazme temblar.
Abrázame.
Bésame.

Convierte en risa
mis lágrimas
y en gritos,
mis susurros.
Escúchame.
Atiéndeme.
Hazme sentir que soy escuchada,
que tengo voz,
que tengo alma
y que me amas con toda el alma.

Despeiname.
Deja que me suelte el pelo
y que me recorra
los alrededores
de mi fina cara.

Compréndeme.
Dime que me desvista,
sólo por ti.
Llámame pequeña
y hazme sentir grande.

Tócame
como si fuese leve,
diminuta,
frágil,
como si no se oyeran mis pasos
en esta habitación,
pero hazme sentir
que mis pasos son oídos,
que son firmes
y que son seguros.

Haz que mi risa
no sea sorda,
que provoque un ruido ensordecedor
en esta cama.

No quieras perderme.
Hazme que me pierda
entre los pliegues de las sábanas
buscando tus labios.
Hazme encontrarlos.

Búscame
y quiéreme.

Desordéname
la cama,
la habitación,
la vida.

Ámame
como tú me enseñaste a amar.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Estoy llorando. Y no. No debería.

Estoy llorando.
Y no.
No debería.
La vida me sonríe
y las cosas van siempre bien.
Pero es que he empezado a tomar drogas
y a masturbarme en callejones sin salidas
lamiendo hipocresía
en labios ajenos.

Mis drogas son tus labios
y los callejones sin salidas
son los barrios
donde me he introducido
para hallar libertad
en piel ajena.
Y qué ironía.
Estoy presa en ti.

Estoy hallando bocas
donde esnifar la cocaína
ya no produzca tanta energía
como mis días
junto a ti.
Que no hay cosa que más me guste
que revolver las sábanas
entre miradas furtivas
y besos de amor.

He vuelto a arañar
las paredes
mientras exhalo el humo
de tu droga
y gimo
cosas incongruentes
que en realidad
mantienen más coherencia
que la sociedad en la que vivimos.

Y los ricos nos hablaban de igualdad
mientras, a escondidas, se bañaban
con el dinero del pueblo.
Y nos contaban lo que era la democracia,
la revolución.
Revolución es lo que formamos
tú y yo
en la cama.
Eso es revolución.
Y no lo que nos cuentan en la tele
los poderosos,
cuando en realidad
están creando
la Ley Mordaza,
firmando
acciones que perjudiquen al pueblo.
Y nos hablan de libertad.

Estoy llorando.
Y no sólo por eso.
Sino porque estoy buscando
cual drogadicto sin droga
tus ojos
en la oscuridad.
Y dime tú
qué voy a encontrar
si no veo nada,
si me has cegado
como siempre
con el resplandor
de tu mirada.
Dímelo tú.

Me ha entrado el mono
y me estoy volviendo loca.
Me masturbo a diario
y me inyecto droga
en las venas
con tinta negra,
con pluma bella,
con poesía sin cautela.
Y es que mi único tratamiento
son las letras
que no hacen más que repetir
que no he hallado
tu boca
donde introducir la lengua
que, traviesa, juega
entre enredos sin cuerda.

Qué pena de niña.
Eso es lo que quiero que digan.
Para que sepan lo malo
que es el amor
y su droga,
para que vean
lo que es estar presa
entre las clavículas
de alguien que te susurra libertad.

Alguien que te atrapa en un susurro
con dedos de pianista,
ondeando banderas
de revoluciones,
pidiendo
utopías.

Estoy llorando.
Y no.
No debería.

sábado, 19 de marzo de 2016

Mi libertad eres tú

Tus manos de artista creando maravillas en un cuerpo frágil de una niña
ya algo madura.

Tus labios de seda, rozando suavemente mi piel
incitando al sexo
sin querer
(o más bien queriendo).

Tus dedos de pianista tocando el mejor instrumento que posees en la vida.
Que soy yo.

Tus brazos recorriendo mi cintura
haciendo curvas de donde sólo hay llanura.

Tu voz susurrándome "mi vida,
mi amor,
mi corazón,
desnúdate,
mírate
y siéntete
a ti misma
y siente
que eres tú misma".
Y consiguiendo que me sienta como tal.

Tu lengua traviesa divirtiéndose
enlazando bocas,
jugando a morder las cicatrices
para curar las heridas.

Tu pelo rebelde,
suave,
intenso,
que soy incapaz de no acariciar,
al que sujeto con fuerza en un momento de éxtasis vital
(o sexual).

Tus ojos mirándome
haciéndome sentir huracanes
dentro de mí,
formando olas
de dónde sólo había desierto
y produciéndome
una sensación de libertad
inigualable.

Tu voz susurrándome
que me desvista sólo para ti,
que me mire
y que me diga
que soy guapa
- porque lo soy -
y que mi cuerpo frágil
(como yo lo describo)
produce una sensación demasiado fuerte
dentro de él
para tener esa fragilidad.

Tú haciéndome gritar
como nunca lo he hecho
y gritando cosas que nunca he dicho
(y más que eróticas,
revolucionarias).

Tú quitándome la ropa
y con ello,
los prejuicios,
los estereotipos,
los miedos,
los imposibles,
los "no valgo para esto",
la vergüenza,
la autocrítica,
la poca autoestima,
la afirmación
ante el hecho de lo que la sociedad dice que soy.

Que no soy.
Y, a cambio de todo ello,
dándome sólo una cosa,
que puede parecer minoritaria,
insignificante,
absurda;
pero que es en realidad
la, más poderosa,
beneficiosa
e importante
que puedes hallar en esta vida:

la libertad.

viernes, 11 de marzo de 2016

Un maldito caos

Yo iba descalza,
tímidamente,
de puntillas,
con la levedad de una mariposa,
con la sigilosidad de un felino.
Casi volando,
con solo las puntas de mis pies
tocando el frío suelo
de mármol.
Sintiendo que no llevaba nada puesto,
sintiéndome desnuda,
ante los ojos de la gente,
y queriendo ser transparente
y consiguiendo ser transparente
entre la multitud.
Yo iba sin GPS
y con una mochila llena de errores
demasiado pesada
para cargarla,
sin brújula
sin mapa
y sin previo destino.
Sin saber adonde voy
(ni de donde vengo).
Perdida,
como se pierde
el último rayo de luz
ante la inquietante
oscuridad.
Yo iba sin hacer mucho ruido.
Con los ojos bien abiertos,
pero la boca bien cerrada.
En silencio.
Siempre en silencio.
Y, entonces, llegaste tú
provocando un tsunami
en este tranquilo mar,
haciendo estallar bombas
de donde sólo quedaban cenizas,
haciendo de mi silencio
un sonoro tambor,
rompiendo en pedazos
los versos escritos,
haciendo de mí
un caos.
Y me enseñaste
a romper las normas
establecidas,
a gritar cosas
prohibidas,
a reír no por educación,
más bien por felicidad.
Hiciste que los días de lluvia
fueran una excusa
para quedarnos en casa
y que la revolución
fuese la idea principal
de mis poemas
-además de ti,
valga la redundancia-.
Me hiciste gritar
en vez de permanecer callada
y me enseñaste que tengo
cosas importantes
que decir.
Que no podía ser transparente
evocando una sonrisa
que brillaba
entre los ojos de la gente.
Y que no,
que yo era única,
que eso del silencio
era para los ignorantes.
Que mis preciosos labios
(cómo tu los llamas)
tenían que gritar
por esa libertad
que tanto añoramos.
O por nuestro amor
que tanto daño
me ha quitado.
Yo iba en silencio,
sin mirar a los ojos
de la gente
y entonces tú me miraste
fijamente
haciéndome ver
y creer
que no era transparente.
Y entonces
me enamoré de ti,
de esa forma tan bonita
que tenías
de hacer de mí
un maldito caos.

lunes, 29 de febrero de 2016

Gritemos revolución.

Gritemos revolución
mientras todos los cobardes
callan.

Gritemos histéricamente
y que nos llamen locos,
sin saber que los locos
siempre fueron los mejores.

Hablemos de lo desconocido,
de versos escondidos,
de mentiras ocultas,
de pinturas abstractas,
de innovadoras poetisas,
de tiempos nuevos.

Gritemos que el poder
nunca fue arte
y que el arte
nunca fue por dinero.

Hablemos de lo de todos los días,
de que los ladrones
no son siempre
los que roban.

Gritemos libertad,
y subrayemos de expresión.

Hagamos cosas diferentes,
para hacer diferentes las cosas.
Hagamos que los ricos sollozen,
mientras los pobres se bañan con risas
(que son más poderosas que el dinero).

Hablemos de cultura,
de música no machista
y de todo lo que no llega
a la televisión.

De los que pagan,
y de los que no.
Démonos cuenta
que los que más dinero pueden dar,
no quieren pagar;
y los que menos pueden dar,
sienten obligación de pagar.
Qué ironía.

Contemos historias de verdad,
y no los cuentos
de la televisión.
Hagamos fuerte
las palabras
y débiles
los puños.

Interrumpamos al profesor
porque el estudiante está hablando,
y digamos que las verdades
que nos muestran
no son siempre de verdad.

Pintemonos de colores
los pechos desnudos
y escribamos versos
con grafiti en los ayuntamientos.

Pidamos libertad,
y quitemonos las esposas.
Dejemos la ignorancia
y construyamos la inteligencia.
Rompamos paredes
y creamos esperanzas
entre ruinas.

Gritemos revolución
y hagamos guerra
para construir la paz.
Míremos hacia delante
y dejemos el atrás.

Eres tú, tu mejor tú.

Te buscas
y yo ya te he encontrado.

Eres tú
y no has cambiado,
y no te busques
porque no hay nada que buscar;
porque eres tú
y no has cambiado.

Sigues siendo lo mejor de ti
en tus mejores años
en las mejores sonrisas
que nos quedaron.

Eres tú,
entre los pliegues de las sábanas,
bailando lo que nunca bailamos
y riendo como nunca lo hicimos.

Eres tú,
tu mejor tú.
Aquel que no ves,
pero nunca se ha ido.
Y no, no lo he encontrado
porque no estaba escondido.

Porque tú estabas un poco ciega
para poder verlo
entre toda esa mugre
de barro.
Pero la mejor flor
es la que crece
revolucionaria
entre los malos tiempos.

Eres tú,
la que brilla
entre sombras,
con su mirada lasciva
haciendo denotar
bombas
en mi corazón.

Eres tú,
que no te das cuenta
que nunca te has marchado
aunque tú lo hayas sentido.
Pero que no,
que yo no he sacado nada,
porque todo ya lo había.

Eres tú,
que me produces
la exaltación de sentimientos
en los miles de versos
que escribo.

Eres tú,
que ahogas las palabras
con una sola mirada.

Eres tú,
tu mejor tú,
aquel que nunca se ha ido
porque siempre ha estado.

Eres tú,
tu mejor tú,
porque no hay nada mejor
que tú.

sábado, 27 de febrero de 2016

Te amo.

Te amo.
Porque sí.
Porque todo sabe bien
si lleva tu nombre
y ninguno de los labios
que he besado
me han hecho sentir
como los tuyos.

Y porque sí.
Porque te amo.
Porque te necesito
a mi lado.
Porque en, tan poco,
te has convertido
en mi ilusión en el día
y mi sueño en la noche.

Porque los poetas hablaron de amor
pero nunca vieron tus ojos
como yo los he visto.
Porque por cada palabra
que sale de tu boca
suena una bella melodía
y porque no hay mejor partitura
que la que escriben tus dedos
en mi cintura.

Porque sí.
¿Por qué no?
Si el hombre llegó a la luna
yo puedo llegar a tus labios
aunque me cueste un par de años.

Porque sí.
Porque es imposible no enamorarse
de los monumentos de París
y la Torre Eiffel
no vale nada
comparado contigo.

Porque embarcas versos
en tus manos
y poesía
en tus labios.
O algo así.

Porque sí.
Porque no hay casualidad
más bonita
que no haya sido
encontrarte
en aquel camino.

Porque sí.
Porque lo bueno vendrá
y más si viene contigo.
Porque las cosas pasan,
así que vamos a pasarlas
juntos.

Porque dijeron que los jóvenes
no sabemos
lo que es amor verdadero,
pero o yo soy muy vieja
o tú eres demasiado bello.

No hace falta ser un experto
para saberlo.

Porque te amo
y qué más dará el resto.

Muerte.

Y ya ves.
Así pasa.
Cuando menos te lo esperas,
ahí está.
La muerte.
El frío destino
de la vida.
La carrera que nadie quiere terminar.
No hay premio.
No hay gloria.
Sólo soledad.

Ahí está.
Te tiende la mano frágil
en señal de ayuda
mientras con la otra
te ahorca.
Como un amigo infiel.

Ahí está.
Y ahí estás.
Llanto.
Dolor.
Tristeza.
Nostalgia.
Angustia.
Muerte.

Nos contaron
que los románticos
buscaban un ideal
que chocaba
con aquella realidad insatisfactoria
que vivían.
Que viven.
Que vivimos.

Ojalá supiese menos de la vida.
Pero sé demasiado.
Sé como empieza,
pero también como termina.
Y hoy en día,
es complicado creer
en el "todos van al cielo"
mientras que los cadáveres
se pudren bajo tierra
y las sin razones
ya no existen.

A veces me pregunto
si alguien me escucha.
Si esta vida vale algo.
Si el camino es desierto.
Si las cosas son las de antes.
Y qué pasará después.

Suelen decir
que si nos caemos,
nos levantamos.
Pero, ¿y si no nos levantamos más?

No quiero que el río desemboque en el mar.
Porque me da miedo el mar.
No sé nadar
ni gritar
lo suficientemente alto
como para que alguien me escuche.
No lo sé
porque nadie lo sabe.

No quiero hallar un camino sin salida.
No quiero cegarme
ni quedarme ciega.
No quiero llorar sin que nadie lo escuche
y no sentir el llanto
porque nada es lo que siento.
Y no lo quiero.
No quiero vivir tumbada entre flores
ni reír con la palidez en el rostro.
Y no quiero
y no se lo deseo
a nadie.

No más.
Llanto.
Dolor.
Tristeza.
Nostalgia.
Angustia.
Muerte.

El mar cura, las despedidas ahogan.

No sé qué pasa.
Últimamente me cuesta hablar
si no es contigo
y no veo nada,
tal vez porque me has cegado
con tu mirada.
Otra vez cuento los días
para volver a quedarme sin respiración;
y qué irónico:
ambos sabemos que me falta el aire
si no estoy contigo.

Huelo a ti
y a los miles de besos
que nos damos.
Sepo a ti
y tus labios
saben a estatua bañada en oro.
Supongo que es
porque eso es lo que eres.

Me invade de felicidad
verte de nuevo
y me llena de tristeza
verte marchar.
No sé cómo voy a superar
tener que despedirme
siempre que el cielo oscurezca.

Noto el roce de tu piel
con la mía
y me estremezco
porque tienes esa preciosa virtud
para hacerme
sentir rosa
cuando sólo soy margarita.

Me estoy hundiendo
porque me contaron
que el mar con sal
me iba a curar las heridas
y me he sentido
tan bien
que ahora soy incapaz de despedirme de él.

Tengo frío.
Y quiero besarte bajo la lluvia.
Tengo calor.
Y quiero dártelo.
Tengo poca autoestima.
Y quiero prestarte un poco.

¿Por qué nadie me lo dijo?
Lo peor de enamorarse
es tener que decir adiós.

Te he visto marchar.
No sé muy bien por qué,
pero una ráfaga de viento frío me ha recorrido la piel.
Espero que dentro de poco
devuelvas el verano
a mi cuerpo
y la primavera
a mi corazón.
Si te parece bien,
las cuatro estaciones
de Vivaldi.
Pero siempre que la música
seas tú
y tu respiración agitada.

Se me ha impregnado
tu olor en mi cuerpo
y te siento tan cerca
y me derrumbo
porque sé que lo no estás.

Me faltan palabras
y me sobran besos.
Me he quedado con ganas
de dormir a tu lado,
de ver tus ojos cerrados
mientras la luz de la calle aparece
y resplandece
las primeras horas
de la madrugada.

Está bien escuchar
los pájaros cantar
por la mañana,
pero no hay nada
más precioso
que tus susurros
en mi oído.

Me contaron
que el mar me iba a quitar las cicatrices.
A ver quién me quita a mí
toda esta tristeza
que me produce
tener que despedirme de ti.

Sólo tú y yo. Sólo nosotros.

Se sienta a mi derecha.
Con su sonrisa iluminando su cara perfecta. Sus ojos miel atraviesan las paredes de mi corazón y yo me quedo aquí, quieto, parado, sin saber qué hacer ni qué decir.
Su cigarrillo colocado entre sus dos finos dedos me ha dejado descolocado, mareandome con el humo que desprende (o con el brillo que desprende ella). Mira fijamente el escenario donde una afroamericana canta canciones de amor con una voz tenor que hace vibrar la sala. Los clientes del café se pasean con sus trajes luciendo estilo (y dinero).
Ella lleva un vestido de color granate con alguna transparencia en la zona de la espalda y unos tacones negros. Sus cabellos, recogidos en un precioso moño hecho con trenzas (de muchas horas), son de oro. Y sus labios son de diamante, volviendo loco a quien los mire durante demasiado tiempo.
Me mira. Se acaba de terminar el cigarro. Trago saliva. ¿Qué digo?
Ahora suena una canción suave cantada por una hermosa voz. Le devuelvo la mirada y le tiendo la mano.

Nos dirigimos al centro de la sala y sujeto su cintura con la mano izquierda mientras entrelazo los dedos de la derecha con los suyos. ¿Qué más dará que ella sea de oro y yo, de cobre si sus labios pueden rozar los míos?
Fuera todo.
Fuera todos.
Sólo tú y yo.
Sólo nosotros.

Para ti

Siempre pensaba
que las historias de amor de las películas
no eran más que un truco de Hollywood
para mantenernos delante de la televisión.
Puede que no todo sea mentira.
Creía que el amor a primera vista
no existía,
que eso de que dos personas se enamoren de un día para otro
era una pantomima
y que la mayoría de cartas
acababan tiradas
en el fondo del contenedor.
Y ya ves.
Es imposible querer a alguien
en tan pocos días
y no me lo creo
porque no puedo creerlo,
porque es inverosímil.
Y porque no.
Porque yo nunca he sido de tener buena suerte en el amor
y supongo que de tantos llantos
una se acostumbra al dolor.
Decía que todos se fueran a la mierda
con eso de san valentín,
que yo ya estaba harta
de tener que repetir
que existen las relaciones
en las que se susurran "siempre"
y no llegan ni a los dos días.
Que sí, que digan lo que quieran,
pero yo sé que todo es sexo
en la mayoría.
Aunque nosotros seamos la excepción.
Los latidos del que late nunca llegaron
a tal velocidad,
y la felicidad
nunca alcanzó tal dimensión.
Me he tirado por la ventana
tantas veces
que acabé teniendo vértigo
a las alturas.
Pero es que tienes unas vistas espectaculares.
No puede ser.
Las flores como yo nunca llegan
a crecer en la copa del árbol,
y no sé si es porque el tronco es más llano
o porque la savia es más dulce,
pero he conseguido escalarlo.
No, es imposible.
El barco de vela nunca puede cruzar el Pacífico
y menos si la velera es una drogadicta al mar,
el cual le ha tratado de ahogar mil veces más.
Pero, al fin y al cabo,
a Colón le dijeron
que lo suyo era imposible
y, ya ves,
uno de los dos
ha logrado hacer un descubrimiento.
Me estoy planteando
ser yo.

Un camino sin salida

Intentamos orientarnos
tratando de encontrarnos
en tus ojos
y no nos damos cuenta
que vamos a perdernos
en tu mirada.

No me importa.
Mírame.
Hazme saber que se puede
hallar un camino
sin salida
en tu cuerpo.

Me he quedado atrapada
entre tus piernas
y las curvas de tus caderas
que, aún siendo hombre,
tienes más curvas
que la autopista de Alicante
y una espalda tan alta
(y ancha)
que ningún loco
ha conseguido escalarla.

Déjame escalar tus piernas,
tu cintura
y tus caderas,
aunque me caiga
por el precipicio de tus labios.
Porque que más dará
si me salvan tus besos.

Si, a pesar de todo,
la caída
va a ser tan suave
como tu almohada.
Al fin y al cabo,
voy a caer en tu cama.

Déjame ser tuya
o hazme sentir
como tal;
sin más enredos
que el de mi cabello.

Estoy ciega
de tanto mirarte a los ojos.

Creo que me voy a tirar
por el balcón
de tus labios.

Voy a pintarte
Las Meninas
a lo largo de tu cuello
con besos.

Me pierdo en las caricias
y en el roce de tu cuerpo
contra el mío
en este colchón
ya no tan vacío.

Voy a tumbarme encima tuya
o de tu espalda desnuda
y a susurrarte
que si hoy muriera
preferiría morir aquí contigo
antes que seguir viviendo allá sin ti.

Dime que me quieres
y te haré resucitar
mil veces más
de lo normal.
Dime que me amas,
y te entregaré
el cuerpo

y el alma.

Hazme

Cuéntamelo.
Hazme saber tus penas,
las cosas que te rondan por la cabeza
o por el corazón.

Hazme entender las lágrimas,
las horas pasadas sin sonrisas
y las cosas ocurridas sin razón.

Hazme comprender la razón.
Hazme fuego
y hazme mar,
hazme horizonte.

Hazme diferente
y hazme como todos los demás
locos que buscan expresar amor
con una simple poesía.

Hazme filosofía.
Hazme concreta
y hazme perder la conciencia.
Hazme Sol
y hazme Luna.

Hazme como ninguna.
Hazme lejos,
y siénteme cerca.
Hazme a oscuras
y con ganas.

Hazme volar.
Hazme sentir.
Hazme amar.
Hazme algo que creíamos eterno,
y que aún lo creemos.

Hazme única
y normal.
Hazme amante.
Hazme sin collares.
Y hazme desnuda.

Hazme bailar.
Hazme con apetito.
Hazme sin rimas.
Y hazme con vida.

Hazme descalza
y sin falda.
Hazme cerrada
y contigo
hazme abierta.

Hazme pincel
y hazme dibujo,
hazme blanco y negro
o hazme de colores.
Pero, hazme.

Hazme tuya
y de nadie más.
Hazme despierta
y dormida a la vez.
Hazme el amor.




Deshazme.

La caperucita y el lobo feroz

Creo que se te puede llamar mago,
si te introduces en mi mente
cada vez que algo hago.

Este bolígrafo tiene en la tinta
un poco de brillo,
como tu sonrisa;
y un poco de intenso,
como tu carisma.

No sé si los pájaros cantan
por naturaleza
o porque tú has pasado
delante de ellos.

Dime una frase
que, con tal de salir de tus labios,
versos te hago,
o besos,
lo que tu prefieras.
Pero nada que vaya conmigo
lo vas a preferir,
mientras que yo lo prefiero todo
si en ello tu nombre oigo.

Eres el lobo
que se mete por mi piel
hasta llegar al corazón
sin bocados ni nada;
sin trampas
ni adivinanzas.

Y yo sigo siendo Caperucita
que pide a gritos
que le quites la maldita caperuza
y los collares
y los tacones
para llevarla a bailar
y, luego,
a ver el mar
y hacerle sentir mar
con océano a su lado.

Después, meterla en la cama,
que seguro que de ahí no se escapa,
porque el mar nunca supo
huir del océano
y menos si éste
le impide tener frío
en invierno.

Caperucita ha enterrado su caperuza
y se ha puesto rímel
y un poco de color en los labios
porque sabe que el lobo
se lo va a quitar
con un besazo.

Así que, aquí estamos,
quítame los prejuicios
con un bocado
que yo te voy a quitar
la tristeza
con una poesía
hecha por mis manos
y escrita en tu espalda
para que se te quede la marca.

Pasa a limpio tus sueños

Vale. Hagamosle caso.
Vamos a pasar a limpio nuestros sueños.
Pero es que todos mis sueños,
llevan tu nombre
porque, hace mucho,
tus labios
se me quedaron
incrustados
en el corazón.

Los sueños
son mis pesadillas,
ya que un sueño
si es sueño
realidad no es.

Tengo una gran lista
de verbos
acabados en -te:
besarte,
cuidarte,
abrazarte,
comprenderte,
amarte.

Después de todo,
mi diccionario eres tú,
que embarcas
versos en tus labios
y poesía en tus manos.
Seamos sinceros,
la poesía y tú
habéis entrado
por la misma puerta
del mismo corazón
y parecéis no marcharos
nunca de mi mente.

Sigamos pensando
en la escritura,
aunque a mí
siempre me gustó gritar(te)
que menos versos
y más besos;
sobre todo porque una cosa
enlaza a la otra.

Pero sigamos
por donde andábamos.
Ah, sí, los sueños.
Tengo pocos sueños,
más bien pesadillas,
un poco de insomnio
y una poesía.
Un café caliente
y unas cuantas hojas.
Y tú a mi izquierda.

Sí, creo que ése es mi sueño.
O un par de labios
que me salven de las rimas
o un par de manos
que me salven de esta vida.
Que me abracen,
que me quieran,
que me hablen y que me sostengan.

Porque creo que esta noche
me voy a caer
de sueño(s).
A ver si mañana
paso a limpio
uno de ellos.

domingo, 21 de febrero de 2016

Vamos a gritar.

Me he recogido el pelo
para ir a buscarte,
sabiendo que me ibas a buscar,
que me ibas a despeinar
y, al fin y al cabo,
que me ibas a amar.

Tengo tantas cosas que decir
que no digo nada.
Para que las palabras no se pisen,
sino que me pises tú
con tu poca arritmia
(y la mía,
valga la redundancia)
mientras la canción suena;
mientras todos bailan.

Teníamos tantas ganas
de perder
la conciencia,
que lo perdimos todo
salvo ella.

Aunque yo me siento un poco perdida
cuando estoy sin ti.
Aunque me pierdo bastante
cuando estoy junto a tu cuerpo desnudo.

Me has susurrado
cosas que deberíamos gritar,
y hemos gritado
cosas que deberíamos callar.

El corazón me dice
que grite a los seis vientos
- y no cuatro -
que la única verdad
de este mundo
es que eres la perfecta
sintonía
con la que me quiero despertar
cada día.

Que la Tierra me escuche
si le da la gana,
y sino
que lo hago también
porque voy a gritar tan fuerte
que la vida
es más bonita contigo
que sin ti
que el mundo va a temblar
ante nuestros pies,
tanto como yo tiemblo
ante tus ojos.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Las drogas son malas y más si saben a ti

Ya me ves.
Ya te ves.
Ya nos ves.

Al fin, lo comprendes.
Nos habíamos introducido
en la toxicidad propia
de estas relaciones
y yo me había perdido ya
sintiendo que te había perdido ya.

Me has visto
y te has dado cuenta
de lo ocurrido,
de que nos estábamos alejando
por mantenernos más cercanos.

Las ojeras lo dicen todo.
He soñado tanto contigo
que me he olvidado de dormir
a tu lado.

He pensado tanto en ti,
que el reloj ha marcado la hora
y todavía no estoy lista
para marcharme de casa.

Se nos están derritiendo los relojes
y el tiempo ya no pasa, corre;
y no espera a nadie,
y todos le esperamos a él.

Maldita sea.
Hemos perdido tantas horas
creyendo estar en la dirección correcta
que ni siquiera vamos a conseguir acabar
la carrera.

Y es que mi dirección no eres tú
ni aunque lo quiera
ni aunque lo pueda.
No eres tú.

No eres tú
porque yo no soy yo
si estoy contigo.

Creo que voy a desintoxicarme
de ti
porque las drogas son malas
y estoy empezando a creérmelo.

martes, 9 de febrero de 2016

Perdón, Paula

Tengo miedo de separarme de ti,
y de tus continuas bromas.
Porque sin ti, no soy nada.
Porque sin ti, no soy yo.

Dejemos por un instante la poesía. Voy a ser clara.
Perdón. Es como si me hubiese introducido en el túnel de mis miedos
y ahí está el sentimiento de culpabilidad, flotando por encima de todos. Perdón por todo. Por las cosas hechas y por las que, conociendo mi expediente, haré. Por los errores cometidos (no hace falta decirlos, tú ya los conoces). Por el pasado. Sobre todo, por el pasado. ¿Cómo decirlo? La culpa me estaba matando. Contigo empieza todo y acaba todo sin ti.
Perdón. Por el malhumor, las bromas pesadas y los chistes sin gracia.
Y gracias. Gracias por estar conmigo a pesar de todo(s). Gracias por las risas, los abrazos, el cariño, el afecto, la comprensión y el amor. Por ti. Porque yo siempre fui el tsunami que aparecía en el tranquilo mar. Y ya no sé como ordenar mi desorden. Pero, gracias a ti, he podido encontrar un hueco para guardar todos los errores.
La vida siempre me enseñó que los que de verdad valen son los que, a pesar de todo, siguen a mi lado. Creo que tú estás en lo alto de la lista y dime tú que eso no es un privilegio.

Como ya dije una vez:
Tengo miedo
porque no he encontrado agujero
más grande que el que quedaría
si te fueras
de mi vida.

Te quiero a más no poder.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Los huracanes que guardo dentro

Quiero dejar de creer
en la inevitable creencia
del ser o no ser,
porque eso significa
que no soy tuya,
aunque me sienta como tal.

Las palabras se pisan unas a otras
cuando me dirijo a tus ojos
porque soy más tuya
de lo que lo he sido con las demás personas
y tú eres menos mío
que los diamantes
que puedo observar desde el escaparate.
Está bien saber
que hay cosas que nunca dejan de brillar
como tu sonrisa
y de hablar
como tus ojos.
Y es que parece que tus manos me han vuelto a llamar,
y yo ya no sé si controlo mi cuerpo
o si mi cuerpo lo controlas tú.

Se me ha inundado otra vez el corazón
del mar azul de tus ojos
y me he vuelto ahogar
porque los gritos siguen siendo igual de sordos
que mis múltiples socorros
para que me salven tus labios.

Ya dejé de susurrar
mucho tiempo atrás
porque sé que sino lo hago no me escuchas,
que si no grito no me atiendes.
Podría disparar cohetes por ti
que tú ni te inmutarías.

He salido demasiadas veces a buscarte
y me he perdido en el roce de tu cuerpo
que tú ni notabas.
Me he salido de los problemas de siempre
mirando tu mirada,
observando tus dedos finos
recorrer mi espalda.

Pero la brisa sigue azotando tu ventana
que sigue sin abrirse.
Soy yo, que te estoy gritando que te quiero
y que lo nuestro no está muerto,
porque nunca antes ha nacido,
aunque yo lo haya sentido.
Eres tú, que tienes miedo de los huracanes
y todavía no te has dado cuenta
que el único huracán que hay es el de  mi corazón
que de tanto dolor ha terminado formando vendavales.

Me he escondido para que tus labios no me encuentren

Está bien, volvamos a empezar.
Pero volver a empezar contigo
es como darle tres vueltas a la rotonda:
la segunda ya es inútil.
Dime algo y yo te perdono;
dime lo que sea y te beso.
Así son nuestros días.
Hemos vuelto a caer en la rutina,
pero la cama sigue siendo igual de fría
aunque durmamos los dos.

Me he escondido
para que tus labios no me encuentren
porque ahora cuando te beso
siento agujas pinchándome en el estómago
y no mariposas.

Ya no sé darle otra vuelta a la rotonda
porque me he quedado sin energías
y tus ojos ya no me inspiran como antes.
Ahora veo tus defectos más de cerca
y tus virtudes más de lejos,
aunque siempre fue al revés.
La cercanía era lo que nos unía
y el calor lo que nos mantenía.
Pero ahora necesito olvidarme un poco de ti
porque lo único que siento ya es frío cuando nos juntamos.
Creo que se nos está congelando el corazón
de tanto helarlo.

Los abrazos no me dan nada y ya sólo quiero alejarme paso a paso de ti
y de tus mentiras
y alguna que otra estupidez
que nos mantenía.
Al fin y al cabo, todo era mentira,
¿no?
Sí, claro que lo era.
No necesito que me lo niegues más.
El rincón de la casa que nadie pisaba
es ahora mi lugar favorito
porque sé que tú no estás ahí.

Y estoy empezando a querer
dormir en el suelo
que está menos duro
que tu corazón.

No sé que decirte,
últimamente se me acumulan las palabras en la entrada
y no llegan al salón.
O al menos, todas juntas no.
No sé como expresarlo,
nada me sale de corrido
desde que mis lágrimas
aparecieron en mis ojos
y parecen no irse nunca.

La voz sigue siendo igual de ronca
y las manos me tiemblan como siempre
por miedo o por decepción
o porque tú siempre supiste
mentir cuando te apetecía
y hacerme tuya cuando querías.

Y es que el frío ha envuelto esta casa
en la que el calor se mantenía tan cerca
como tu corazón.
Ahora creo que los dos se han marchado
y me parece a mí que yo seré la próxima
que tenga que decir adiós.

Nada. Ése es su destino.

Tengo miedo.
Me miro y sólo veo
a una niña
descalza, frágil, perdida
en Dios sabe dónde.
Es como si la luz se estuviese apagando
y no encontrara el destino que anteriormente
había sido iluminado.
Como si sus ojos se estuviesen cegando.
Como si el miedo la estuviera desorientando.
Y es que así es.
El camino es ahora más oscuro,
y no sabe donde está la izquierda y la derecha,
el Norte y el Sur,
la nada y la luz.

Nada.
Ése es su destino.
¿Cuántas veces habremos hablado
del correcto camino
que tú y yo cruzamos?
Pero yo ya no sé cuál es el camino.
No veo ninguna dirección en el mapa
y he perdido la razón de ver
porque no soy nada
y nada es lo que voy a ser.

Y es que yo ya no miro el camino
porque todas las flechas me indican lo mismo
y, a la vez, la nada
porque todos llegamos a lo mismo.
Porque en vez de andar, corremos,
sin mucho uso de la razón y la conciencia,
y porque, ¿cómo voy a ver la luz
si toda luz me ilumina el mismo destino?
El destino de la nada,
de perder totalmente la luz,
de caer en la oscuridad
como siempre.
Pero, esta vez, también para siempre.

Cayéndose por ti

Sí, vale,
todo va bien,
¿qué quieres que te cuente
si la verdad
es que ya me he tirado
demasiadas veces
por el acantilado?
Estoy harta de tantos labios
que piden besos
y de tantas palabras
que piden ser cortadas.
Me siento como aquellas personas
que desean
vivir al límite;
ya me he tirado
de cabeza
unas cuantas veces
por culpa
de tus embriagadores ojos.
Cualquier mago que te viera,
renunciaría a la magia.
Tú eres magia
y lo demás no es nada.

No conozco la palabra cordura
desde que te vi.
Y se me ha olvidado lo qué es la lógica
porque continúo
buscando
tus labios,
tus ojos,
tus manos
allá dónde vayamos.
Perdón,
dónde vaya.
Me he acostumbrado
al plural,
al tú y yo,
al nosotros.

Y a las repeticiones al escribir.
Tal vez sea porque, cuando estoy contigo,
no sé decir nada con claridad
y me repito
y me repito
y me repito.

Me has vuelto a mirar,
y has hecho de mi corazón
una rueda giratoria.
Ni vuelcos ni nada,
terremotos.

Creo que otra vez
me voy a caer
por el precipicio
de la vida,
o de tus besos.

A tu lado

De las miles de maneras
que tienen de hacerme sonreír,
la tuya
sin duda alguna
es mi favorita.
Me haces sentir más tuya
que mía.

Siempre fuiste el azúcar del café
o la flor que crece entre las malas hierbas.
Hiciste que la peor canción sonara bien.
Nunca me gustó el chocolate con pan
o los mantecados,
porque no llegan a la altura
de tu dulzura.
Fuiste... ¿O debería decir eres?

No lo sé. Me he perdido tantas veces
intentando ponerle nombre a lo nuestro.
Me has llamado y he temblado,
he oído tu nombre y mi cabeza ha dado miles de vueltas,
aunque no tantas como las que ha dado
mi corazón.
Estoy segura que la guerra se acabaría si todos contemplaran el marrón intenso
de tus ojos
y las arrugas que se te forman al sonreír.
Y puedo asegurarte que tú y tus zapatos no podéis recorreros la calle
sin que alguien se fije en vosotros.

Está bien.
Debería dejar de pensar en tus labios.
Pero es que me has provocado tanta paz
que ha acabado estallando una guerra dentro de mí.
La mente le dio un golpe de estado al corazón
y, ya ves,
al final sólo hicimos caso al corazón
aunque la mente llevara la razón.

Nos hablaron del todo y de la nada
y yo pensé en nosotros.
Porque lo nuestro lo es todo,
y nació siendo nada.
Porque yo soy nada
y tú lo eres todo.

Me he rendido muchas veces ante la poesía
porque no alcanzaba a describir tu mirada
y es que una imagen dice más que mil palabras.

Me estoy desorientando del tema.
El tema eres tú
y yo estoy pasando el examen
de prueba.
Me has dejado aprobar por los pelos,
pero he suspendido con notas bajas
que no llegaban ni al tres y medio.
A pesar de todo, mi medio
para aprobar
fueron tus ojos
y mi consuelo,
tus besos.

Así que, por favor,
apruébame
porque sé decirte cada uno de los lunares
que se esconden en tu piel
y sé contarte cada uno de los besos
que guardas bajo la carne.
Así que, apruébame,
porque quiero sacarme el doctorado
de tus labios
y luego trabajar en la fosa oscura de tus recuerdos.
Así que, apruébame,
porque quiero pasar el examen
para luego pasar una vida a tu vera,
a tu derecha,
a tu izquierda,
a dónde tú quieras.
Pero siempre que sea
a tu lado.

lunes, 1 de febrero de 2016

Unos cuantos paréntesis sólo para ti

Hoy he estado estudiando(te)
y mirando(te)
y suspirando(te)
por qué es tan
larga la vida
y tan corto el amor.

He sentido rabia
por nada en concreto
(por ti);
y he estado pensando(te)
que si de verdad
me queda mucha vida
por vivir prefiero vivirla
sola (aunque
me moría por ti).

Me he dado cuenta
que los con(ti)nentes
estuvieron hechos
para dividir a las personas,
pero hay cosas que no
pueden separar(nos).

Me he caído en el precipicio
de mis recuerdos
(a pesar de todo,
también tuyos)
y pienso en lo que
no pude alcanzar(te).

Continúo aquí,
viendo(te) la vida
pasar,
sin hacer nada
porque nada es lo que
tengo ahora.

No tengo ganas de
Lengua, ni de Inglés,
ni tan siquiera de Mates;
lo que más me gusta
es escribir(te).

Por favor,
olvida los paréntesis,
nadie los lee,
sólo son suspiros,
¿quién oye
mis suspiros?

domingo, 31 de enero de 2016

Más perros con chaqueta y corbata

Se mantiene en el mismo lugar,
mirando hacia Dios sabe dónde.
Ahora mismo, tiene rostro de persona.
Es como si estuviese pensando
en algo,
reflexionando.

La tinta negra de la pluma corre por el papel
que no llega ni a la blancura
del perro que tengo delante.
Nevado se llama,
"¡qué buen nombre!" suelen decir.

La nariz es como un botón negro
en una camisa de Pedro Sánchez
y los bigotes son como
la barba de Mariano Rajoy.
No sé si es porque mi perro es tan persona como todos ésos.

La luz entra por la ventana
desde la que Nevado observa el paisaje.
No lo desmiento,
es precioso.
El verde inunda el jardín
y las flores amarillas lo decoran.

Entonces, observo como mi perro
se da la vuelta
y me mira con esos ojos de persona
y esa expresión tan humana...

Y yo entiendo todo lo que dice.
Que le dejen ser humano,
como le dejaron a todos aquellos
que son más perros que él.

Que le escuchen de vez en cuando,
que tiene cosas importantes que decir,
que quiere hablar de la vida
y de toda la filosofía.

Que le dejen ser humano,
nada más.

No te preocupes, Nevado,
que digan lo que quieran,
nosotros dos sabemos
que hay más perros
con chaqueta y corbata
y más personas
con pelo y patas
en este mundo.

Así que, no te disguste, Nevado
que tú y yo sabemos
que en esta vida
no es más perro
el que anda con las cuatro patas
sino el que anda con sólo dos
y mirando por encima de los cuatros hombros
que se ha dibujado por no tener sólo dos.

Dejemosles,
que más dará ellos
si a ti te llaman perro
es que no se han mirado al espejo.

Insomnio, recuerdos y tú

Vale, me estoy quedando dormida.
Los ojos se me están cerrando
y mi mejilla tiene ganas de acariciar la almohada,
pero es que sigo despierta por ti
y tus virtudes para convertirte en insomnio
en las noches frías.
La inspiración me llega al pensar en tus ojos,
y quiero descubrir cada uno de los lunares de tu espalda
y alguna que otra mancha de nacimiento.

Los besos me pesan en el fondo de mi corazón;
sigo llevando una mochila llena de recuerdos y estoy empezando a pensar que mi esfuerzo está siendo nulo.

Ya es hora de olvidar tantos labios,
pero tu mirada me los recuerda.
Estoy llena.
Sólo tengo hambre de ti.
Y no apetito.
Me estoy muriendo de ganas de comerte a besos
y sé que está mal.

Me olvidé de ti, ¿sabes?
Pensé en lo inevitable,
en que no sentías nada por mí.
Llevaba la mochila, es verdad,
pero los recuerdos iban al fondo de ella
para no acordarme de ellos.
Has vuelto a aparecer (aunque nunca te fuiste)
y me has hecho renunciar a mis principios
(como si tuviese alguno; yo siempre fui de orgullo bajo).
Me has hecho feliz en parte
y triste en la otra
porque soy yo ahora la que tengo que elegir
entre tus besos y el no sufrir.
Y te aseguro que es la discusión más complicada que han tenido mi corazón
y mi cerebro.

No sé por qué lo digo,
pero estoy otra vez en la cama
con parte de mi piel destapada
notando el roce de las sábanas;
y ningún roce es mejor que el de tu cuerpo.