martes, 5 de abril de 2016

Niños flacos


Niños flacos. Padres asustados sin saber su futuro. Madres llorando. Un ápice de esperanza. Ya no. Barro, tierra, lodo. Pies descalzos que buscan pisar tierra firme, segura. Llantos. Y más cansancio. Pero que no, que hay que tener esperanza. Que estamos cerca. Que peor que eso, no hay nada. Que Siria ya está lejos. Que vamos a llegar. Sí, hijo, vamos a llegar. No llores más. Todo esto va a terminar.

Y claro que termina. Porque ahí están. Hombres gordos. Con un futuro prometedor porque el presente ya lo es. Risas. Dinero. Poder. Suelos de mármol, relucientes. Zapatos caros. Y mucha, mucha indiferencia como bien dice el texto. Indiferencia y poca empatía. Que bien les vendría ponerse en su situación. Los de arriba están asustados. De sus bocas salían palabras llenas de miedo. Pero miedo es lo que tienen los niños flacos. Los padres que están llorando. Los que ya no tienen comida. Los que se ahogan y los que acaban con su hermano, su hijo, su madre, su padre, su amigo muerto en los brazos. Los que ya no tienen esperanza.
Indiferencia. Claro que hay indiferencia. Porque, si de verdad nos importara, actuaríamos de una manera más honrada. Y no cerrando las fronteras. Nos cuentan que todos somos iguales, pero ahí está el hecho. Lo mío sólo son palabras inútiles dichas por una niña de dieciséis años. ¿Quién me va a escuchar? Al fin y al cabo, son ellos los que toman las riendas de los problemas y no yo. Creo que todos nosotros, todos los que ayudamos en esta acción tan solidaria, podríamos hacerlo mejor.


A veces siento vergüenza. Vergüenza de vivir en la UE, de vivir en un país gobernado por personas egoístas e indiferentes. Y yo sé que lo saben. Que saben lo que está ocurriendo. Que alguna imagen tienen que haber visto por la televisión al igual que todos nosotros. La diferencia es que nosotros no mostramos indiferencia, sino que queremos ayudarles. Sin embargo, los de arriba insisten, no sé si por miedo o por simple egoísmo, que las fronteras deben permanecer cerradas. ¿Qué son ellos? Para la UE son un obstáculo, un problema, un estorbo. Para mí, son personas. Personas que obviamente no tienen culpa de haber nacido en unas circunstancias tan terribles. Y los niños… ¿Alguien ha pensado en los niños? En la cantidad de niños sin esperanza que andan con cansancio buscando simplemente seguridad. Pero está lejos. Cada vez más lejos. Porque parece que nosotros mismos hacemos el camino más largo, con acuerdos que no llegan a nada más que a una tremenda indiferencia por parte de los europeos.


Quiero que me escuchen los hombres gordos. Aquellos que están en la cima, mirándonos desde arriba, con sus trajes y corbatas. Quiero que me escuchen: allá fuera hay niños flacos, madres llorando y padres angustiados. Que bajo sus zapatos caros, hay pies descalzos andando, buscando un lugar seguro, tratando de hallar paz después de tanta guerra que hoy día sigue pasando. Que bajo sus estómagos bien alimentados, hay niños muriendo de hambre. Que bajo sus suelos relucientes, hay barro. Quiero decirles que abran los ojos. Que miren todo lo que está pasando y que se den cuenta de todo lo que podrían hacer para cambiarlo. Que hoy día, debajo de los hombres gordos, hay niños flacos.

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