martes, 12 de abril de 2016

Tus labios de marfil, el arma homicida.

Estoy escribiendo
con un montón de lágrimas
que todavía no han logrado
saltar de mis ojos,
que andan escondidas
por mostrar un poco más de valentía.
¡Qué sin razón!,
yo nunca fui valiente.

Estoy escribiendo
con el corazón encogido,
sin lograr hallar hechizo
para resucitar a mis latidos.

Estoy escribiendo
con las manos temblorosas,
buscando el roce de tus dedos,
con el consuelo de la tinta negra
y de la pluma que va con ella.

Hoy he pensado en ti.
He pensado
y he recordado
que tú me susurrabas que yo era rosa
mientras te follabas a todas las margaritas.

Que tus dedos me hacían
transportarme al mundo del placer,
de los besos.
Que me atrapabas en susurros
cantados por tu dulce voz,
que me contabas
que me querías.
Que amabas mi forma
de moverme en la cama,
de destrozar la almohada,
de sacudir las sábanas.
Que amabas mi forma
de dártelo todo
sin pedirte nada.
Pero nunca me amabas a mí.

Me he dado cuenta
de que me he vuelto fría,
cobarde,
desconfiada.
He acabado preguntando
que si me amaban
tres o cuatros veces por semana
y he pedido perdón
por miedo a no ser perdonada.
He acabado diciendo
que no tenía miedo a nada,
cuando le tengo miedo a todo
lo que empieza
con el verbo ''perder''.
He hallado
poemas
en los que sólo había
sin razones
dichas por una loca
a punto de ser odiada
más que amada.

Me he sentido desgraciada,
desilusionada,
amargada,
sola.
Me he sentido idiota,
fea,
inmadura,
imbécil.
Me he sentido riachuelo
cuando todos eran océano.

Me acabé enamorando de alguien
que sólo buscaba calor
y no amor.
De alguien que me susurraba
que yo era rosa
mientras se follaba a todas las margaritas.

Ahora sólo me hallo
en un túnel sin salida,
cansada,
agredida,
muerta.

Ahora sólo soy un cadáver.
Y todavía andan buscando al asesino
(que eres tú)
y al testigo
(que es mi corazón),
pero anda tan malherido
que no logra pensar
y menos hallar
el arma homicida.
Aunque todos saben
que son tus labios de marfil,
que cortan
con un sólo beso
todas las raíces
que le quedaban
a su hermosa
rosa
de frágil cristal.

Ahora sólo soy esos trozos de cristal
que se hallan esparcidos por el suelo,
perdidos en los rincones de la ciudad.
Ahora sólo soy tuya,
ni mía
ni de nadie más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario